Como los vikingos que zarpaban hacia lo desconocido con más coraje que certezas,
Orri Óskarsson ha vivido esta temporada como una travesía silenciosa, alejada de los focos y las grandes alabanzas, pero guiada por una fe inquebrantable en su destino. No ha tenido minutos, ni apenas oportunidades reales para demostrar su olfato goleador, pero tampoco ha perdido el rumbo. En vez de levantar la mano o buscar refugio en otra orilla, el joven delantero islandés ha
seguido entrenando, observando, aprendiendo y esperando. Sabe que el camino de los que conquistan no siempre empieza con una explosión. Tampoco lo hace siempre con una victoria. A veces comienza con silencio, trabajo y convicción. Y Orri, como buen heredero de la tierra de hielo,
ha aguantado el invierno con la mirada puesta en el siguiente verano. Su sueño es triunfar en la Real Sociedad, y no contempla otro puerto donde echar el ancla.
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