Rafael Sabatini no fue un tipo común. Hijo de dos cantantes de ópera (él italiano, ella inglesa de Liverpool) su vida, como la de sus padres, no tuvo domicilio fijo. Nació en Jesi, Ancona, pero fue criado entre las nieblas y el humo de Londres. Se las arregló para convertirse en el narrador por excelencia de la aventura, esa que huele a pólvora, a tabaco y a cuero gastado. Olvídense de héroes perfectos y príncipes sin mancha: Sabatini escribía sobre hombres con cicatrices, con malas pulgas y un talento natural para salir del aprieto con una espada en una mano y una broma afilada en la otra. Antes de empuñar la pluma como su arma más letal, pasó por mil...
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