Voy por la calle y me acude sin cesar a la mente aquel título de Amalia Iglesias: ‘Tampoco yo soy un robot’. Las personas caminan como entes automáticos, muchos con tatuajes que casi les cubren el cuerpo, otros con mínimos dibujos que dicen ‘sígueme’, ‘soy una mariposa’, ‘mira mi cogote’…, si no vemos puntos dorados en la nariz, en las cejas, o el pendiente que indicaba haber cruzado el Cabo de Hornos… ¿Esconden o exhiben? ¿Y los que —con frecuencia en parejas—, con sus móviles en mano, junto a la boca, van cada uno dirigiéndose al aire, es decir a un invisible, soltando su voz al espacio, mientras llevan los oídos recubiertos de unas formas blancas, que, justamente, parecen protegerles...
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