Una sociedad asqueada de la corrupción

Cuando las conversaciones que se oyen a azar, incluso por la calle, coinciden en hablar de corrupción es que el tema está causando un fuerte impacto. Y es de indignación y asco. No ocurre tanto cuando roba la derecha, es cierto que en este país se asume que lo haga. Son décadas de practicar el saqueo de lo público sin grandes aspavientos sociales. Ni mediáticos: quizás sea esa una clave. Ahora, esos mismos medios investigan como si ejercieran de continuo un periodismo riguroso y presumen de sus logros. Los nombres de las nuevas figuras de la corrupción son lanzados en un martilleo constante. Y se atreven a incluir, hasta sin prueba alguna, a cuantos suponen implicados. Como hacen los líderes de la derecha política, carentes del mínimo pudor siquiera por su impresionante historial de corrupción de todos conocido.

Para muchos ciudadanos conservadores que no gocen de un criterio sólidamente formado, es la confirmación de cuanto se especuló y se cargó de insultos, de lo imbuido con malas artes. En el centroizquierda, un mazazo de desolación y de rabia. Más a la izquierda, un “ya te lo dije” y, por si acaso, vamos a lo nuestro, perfectamente lícito aunque sin detenerse ante cómo sea el por si acaso. Las medidas sociales a salvaguardar mientras haya tiempo, como dijo certero Gabriel Rufián, tras salir de hablar con un Pedro Sánchez “tocado”, dijo.

El caso Cerdán/Ábalos/Koldo ha caído como una bomba sobre esta sociedad. Si se puede buscar un punto de alivio sería ése, la conciencia del problema y sus daños. Porque algo se conseguiría trabajando, todos a una, desde todas las tendencias, por erradicar la corrupción. Denunciarla, perseguirla, condenarla sin paliativos. Estamos muy lejos de ello a tenor de lo que se oye. Y se oyen las voces de la desfachatez suprema, saliendo de las charcas putrefactas como impolutos ángeles de alas blancas. Y luego la carga de la ideología, de creer o no creer según venga el aire, en lugar de intentar saber. Los datos, la realidad.

Lees, por ejemplo, una encendida defensa de la democracia, de la España de los valores, de un futuro esplendoroso en el cambio… y resulta que la filiación es Vox. Y sin duda de alguien que se lo cree. Cree. Otro problema, porque para saber hacer falta pensar y deducir, en lógica, de los datos auténticos.

Y qué necesario es, en momentos como éste, saber y actuar con criterio. La sombra de un monumental EPHQH (el que pueda hacer que haga) se agranda con la concurrencia hasta de la Conferencia Episcopal, esa organización a la que, según se estima, entregamos más de 11.000 millones de euros anuales –entre otras prebendas–en un país aconfesional, que ha osado entrar de lleno en política para pedir elecciones anticipadas, eligiendo candidato en fotos y actos con el líder de Vox un partido que carece de respeto por algunos Derechos Humanos fundamentales. A ese nivel andamos. Cuánto hubo de hacerse antes.

Conteniendo el aliento para lo que haya de venir. En los días siguientes, las horas incluso. Por lo que empieza a atisbarse, de más implicados y de más partidos. Al parecer todo quisque grababa sus chanchullos y ese botín con cargas explosivas ha sido facilitado –o no– hasta por quienes tienen el deber legal de custodiarlo bajo secreto. Parece un mercadeo monumental en el que se guardan cartas bajo la manga y algunas están marcadas. Y al que se añade más de una “controvertida instrucción” –en perfecto eufemismo del periodista José Precedo, director adjunto de elDiario– que cae de propina judicial.

Y si miramos fuera, como debemos hacer, nos encontramos con un delirante presidente de Estados Unidos al que votaron 77 millones de seres –cuando menos insensatos– intentando prender la llama de un conflicto bélico descomunal. Atacar Irán para tumbar el régimen por la brava, porque lo quiere también el genocida Netanyahu, puede desencadenar una gran crisis económica por el alza del petróleo y sus consecuencias, pero, sobre todo, cambia todas las reglas del tablero de esta cierta civilización en la que vivimos. China y Rusia se oponen a la jugada y hasta se alteran los equilibrios. Todo por un sujeto que aún se permite decir con orgullo que nadie sabe nunca lo que él va a hacer.

Hay que echar la vista fuera porque ahí tenemos el espejo donde mirarnos todos los pueblos, el nuestro con las “peculiaridades” de la corrupción endémica. Atentos a cómo fue la pelea de Trump y Elon Musk en la cima del poder. El hombre más rico –y más desequilibrado– del mundo le dice a Trump que es presidente gracias a él, que él le pagó los votos. Y el otro le contesta que sus negocios viven de las subvenciones públicas y eso es ilegal, las que le han hecho rico. Añade Musk –con video y todo– la pederastia de Trump en la trama Epstein. Y todo un sistema ampara semejante corrupción, un desparrame de delitos de envergadura. 77 millones de seres votaron a Trump a sabiendas de los 32 delitos de los que fue declarado culpable. Ahora se añade esa forma de acceder a la presidencia con la ayuda de Elon Musk que tampoco lo hizo gratis. Parece insostenible y no pasa nada. ¿No se ven con claridad aterradoras pautas de comportamiento?

Porque si miramos con rigor lo ocurrido este viernes en España, nos encontramos con agentes de la Guardia Civil entrando en la sede del PSOE, el partido en el gobierno. Ha sido para clonar (técnicamente se llama copiar) el correo de Santos Cerdán. Y así lo asegura el ministro Óscar Puente: no han entrado a registrar Ferraz. Pero la imagen es impactante, demoledora. Y nadie recuerda que hubiera otra similar cuando se buscaron en Génova,13 los discos duros del tesorero Luis Bárcenas, con toda la corrupción del PP, que previsoramente había mandado machacar 32 veces la vicepresidenta Soraya Saénz de Santamaria. La misma que colocó a su bolso de presidente Rajoy en el pleno del Congreso en el que fue expulsado por la corrupción del PP.

Los agentes buscaban la corrupta contabilidad B de todo el partido. Fue en 2013, de noche, durante toda una noche, y Rajoy siguió en el cargo hasta 2018,. Esta sonora diferencia en la publicidad de los hechos, altamente aprovechada por la oposición política y mediática, tiene un olor a algo muy diferente. Lo que hablábamos de Trump. Igual ese “el que pueda hacer que haga” ha ido demasidado lejos, y ya no estamos ante corrupción de miembros del PSOE solo, sino de ese acoso y derribo a amplias bandas que cualquier malpensado confundiría con el golpismo. Y eso son palabras mayores. Porque elegir entre corrupción y corrupción más algo parecido al golpismo es tremendo.

Trump legalizó la mentira y el insulto como estrategia política, luego la corrupción llevada al extremo en el logro de la presidencia. Con el beneplácito internacional, Trump y Netanyahu han normalizado un genocidio especialmente cruel y van a por la conquista violenta del país que les plazca. Y Rutte con su OTAN pide dinero para armarse… contra Rusia, que tampoco es un ángel del cielo aunque no parece que represente para Europa y el mundo en su conjunto el mismo peligro.

Pautas corruptas de comportamiento llevadas al límite. Estamos viendo estupefactos a un acusado de defraudar a Hacienda a lo grande e investigado por otros delitos que pide al Tribunal Supremo cuatro años de cárcel para el fiscal general del Estado, porque él y su juez de cabecera se han empeñado en culparle sin pruebas de mandar un email a los medios, ese que envió el valido de su novia, la presidenta de Madrid. La misma, peón de la trama “el que pueda hacer que haga”, que anda haciendo cambios legales para favorecer más a las empresas frente a los ciudadanos y normas internas para echar, también, al impresentable Feijóo y llegarse a La Moncloa. Ella, ellos, son los que mienten como Trump en su táctica política, tapan sus corrupciones extremas, amparan todo atropello internacional de los valores y aspiran, no sin razón, a ser votados pese a ello. Porque hay un duelo de corruptos, y unos medios que a veces en lugar de informar encienden mechas y las arriman a sus hogueras, y una ciudadanía crédula, así forjada, que va de salto en salto en ese golpear de revelaciones sin digerir. Y, en resumen, un fangal que nubla el horizonte.

Vaya fiasco, PSOE. Nos faltan palabras para definir con exactitud la repugnancia y la indignación que sentimos. Aunque quizás solo haya sido la espoleta. Ni siquiera sabemos qué más hay debajo, y sobre todo detrás, pero con lo que está encima tenemos más que de sobra.