Cómo era el Ecce Homo de Borja antes de la restauración de Cecilia Giménez
Antes de que su imagen diera la vuelta al mundo y se convirtiera en un icono de la cultura popular, el Ecce Homo de Borja era una pintura mural discreta, de carácter humilde y profundamente ligada a la vida religiosa del municipio zaragozano. Su historia, poco conocida durante décadas, cobra hoy especial interés para entender el valor original de la obra y el contexto en el que se produjo su célebre transformación.
Una obra modesta de devoción local
El Ecce Homo fue pintado por Elías García Martínez, un artista aragonés formado en la pintura académica del siglo XIX. La obra se realizó alrededor de 1930 en uno de los muros del Santuario de la Misericordia de Borja, como una representación tradicional de Cristo coronado de espinas. No se trataba de una pieza pensada para la crítica artística ni para el circuito cultural, sino de una imagen devocional destinada a acompañar la oración de los fieles.
La pintura mostraba un rostro proporcionado, de expresión serena y melancólica, con rasgos reconocibles y una ejecución correcta dentro de los cánones religiosos de la época. La paleta cromática era sobria, dominada por tonos ocres y apagados, y el trazo, aunque sencillo, permitía identificar con claridad la figura de Cristo.
El deterioro silencioso con el paso del tiempo
Durante años, el Ecce Homo pasó prácticamente desapercibido. La humedad del santuario y la falta de labores de conservación provocaron un deterioro progresivo de la pintura. El muro comenzó a agrietarse, el color se fue perdiendo y algunos detalles del rostro quedaron difuminados. Aun así, la imagen original seguía siendo perfectamente reconocible antes de la restauración.
Vecinos y visitantes habituales recuerdan que la obra ya mostraba signos evidentes de desgaste, lo que hacía temer su desaparición definitiva. No obstante, su valor era sobre todo sentimental y local, sin que existiera una conciencia clara de su importancia histórica o artística.
Antes de la fama mundial
Antes de 2012, el Ecce Homo de Borja no aparecía en guías turísticas ni despertaba interés fuera del entorno cercano. Era una pintura más dentro del santuario, conocida por los feligreses y por quienes mantenían un vínculo con el templo. Fue precisamente ese apego y la preocupación por su conservación lo que llevó a Cecilia Giménez, vecina del municipio, a intentar una restauración por iniciativa propia.
Hoy, las imágenes del Ecce Homo original sobreviven gracias a fotografías antiguas que permiten apreciar cómo era la obra antes de su transformación. Aunque su versión posterior eclipsó por completo a la original, esta pintura previa sigue siendo un testimonio de cómo una obra humilde, casi olvidada, puede adquirir una relevancia inesperada y convertirse en parte de la historia cultural contemporánea.