Se acaban las monedas: el cambio que se nota en bares y restaurantes
El pago con tarjeta se ha convertido en la opción mayoritaria en la hostelería urbana. Lo que hace años generaba incomodidad —pagar importes pequeños sin efectivo— hoy es una práctica normalizada. La combinación de comodidad, rapidez y falta de monedas en el bolsillo ha cambiado la relación entre clientes y barra.
Este giro no es casual. La pandemia marcó un punto de inflexión en los hábitos de pago y consolidó el uso de sistemas sin contacto. A ese proceso se sumó la implantación de sistemas de control fiscal digital como Ticket BAI, que empujó a muchos establecimientos a incorporar el datáfono al mismo tiempo que la facturación electrónica, según la información disponible en la web oficial del Gobierno Vasco sobre Ticket BAI.
La tarjeta ya no entiende de importes
En muchos bares, pagar un café o un vino con tarjeta ha dejado de ser una excepción. Los hosteleros coinciden en que el cliente ya no distingue entre consumiciones pequeñas o grandes a la hora de sacar el móvil o acercar el reloj al datáfono.
En locales de perfil variado, desde bares tradicionales hasta pubs nocturnos, más de la mitad de la facturación diaria se realiza ya por medios electrónicos. En algunos casos, el porcentaje supera con claridad el 70%, especialmente en zonas de ocio nocturno y entre el público más joven.
Del plástico al móvil y al smartwatch
La evolución no se ha detenido en la tarjeta física. El pago mediante aplicaciones móviles y dispositivos inteligentes gana terreno. Muchos clientes ni siquiera sacan la cartera: desbloquean el teléfono o acercan el reloj a la terminal y la operación se completa en segundos.
Este comportamiento reduce los tiempos de espera, agiliza el servicio y simplifica la gestión diaria del establecimiento. Para el cliente, la experiencia resulta más cómoda; para el hostelero, más ordenada.
Las comisiones ya no son la barrera
Durante años, uno de los principales argumentos para rechazar el datáfono fue el coste de las comisiones bancarias. Esa realidad ha cambiado. Actualmente, la mayoría de contratos ofrecen tarifas planas o porcentajes reducidos que oscilan, de forma general, entre el 0,3% y el 1% de la facturación realizada con tarjeta.
Además, los costes no suelen aplicarse por operación individual, lo que elimina el temor a perder margen en consumiciones de bajo importe. Para muchos negocios, el ahorro de tiempo y la facilidad de control compensan con creces ese pequeño porcentaje.
Menos caja, menos errores
El pago digital simplifica la contabilidad diaria. Contar monedas, cuadrar la caja y gestionar cambios deja de ser una tarea central. Las operaciones quedan registradas de forma automática, lo que reduce errores y facilita el seguimiento de ingresos.
Este factor resulta especialmente relevante en bares con gran volumen de clientes o en establecimientos que concentran mucha actividad en franjas horarias cortas.
Las excepciones que resisten al cambio
A pesar del avance imparable del pago electrónico, el efectivo no ha desaparecido por completo. Existen dos perfiles claros que siguen apostando por el metálico.
Por un lado, los txikiteros habituales, clientes fieles que consumen a diario y mantienen una relación tradicional con el bar. Por otro, las cuadrillas que ponen bote para pagar rondas conjuntas.
El bote sigue siendo en metálico
Cuando un grupo decide reunir dinero común para consumir durante la tarde o la noche, el efectivo continúa siendo la opción preferida. Aunque las transferencias inmediatas entre particulares se utilizan cada vez más para cuadrar cuentas, el bote físico sigue vigente en muchos bares.
Esta costumbre explica por qué el dinero en metálico aún circula en determinados contextos, incluso entre personas acostumbradas al pago digital en su día a día.
Bares que aún rechazan el datáfono
La ley permite a los establecimientos no aceptar pagos con tarjeta, siempre que informen de forma clara al cliente antes de realizar la compra. En algunos barrios, especialmente fuera de los centros urbanos, todavía existen bares sin datáfono.
Las razones son diversas. Algunos lo hacen por convicción, para evitar comisiones bancarias. Otros, por una gestión fiscal menos transparente. La generalización del pago electrónico y de los sistemas de control ha reducido de forma notable la doble contabilidad en el sector.
Menos cajeros, más pagos digitales
La desaparición progresiva de cajeros automáticos también ha contribuido al cambio. El cierre de sucursales bancarias y la retirada de cajeros en puntos estratégicos ha complicado el acceso al efectivo en muchos barrios.
Ante esa dificultad, pagar con tarjeta o móvil se convierte en la única opción viable para muchos consumidores. Este contexto refuerza una tendencia que parece irreversible.
El dinero en efectivo, en retirada
El efectivo no ha desaparecido, pero su papel en la hostelería es cada vez más residual. El pago con tarjeta ya forma parte de la rutina diaria en bares y restaurantes, desde el primer café de la mañana hasta la última copa de la noche.
Las monedas y los billetes resisten en usos muy concretos, pero la realidad apunta a un escenario donde el dinero digital domina la barra. Un cambio silencioso que ya se nota en cada datáfono que se acerca a la mesa.