Podría Rafael Alberti haberse inspirado en un óleo de Sorolla cuando antaño escribió: «¡Qué blanca lleva la falda la niña que se va al mar!». Bien podría haberlo hecho también en Míriam Artacho , cuando aquel lunes ingresó en el aula en la que obtendría su título como patrón de embarcación pesquera. Ella iba impoluta, maquillada y con tacones. Y se encontró de bruces con 30 marineros curtidos por la dureza del mar. La catalana, que era trabajadora forestal , se inscribió en esta titulación náutica por amor. Era la única opción que podía salvar a su familia. Su marido, proveniente de varias generaciones de pescadores, perdió su titulación como patrón por culpa de un glaucoma , que le dejó...
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