No será fácil que Chaves transfiera su capital político
Siempre reviso con interés los informes del Observatorio de Comunicación Digital de la Universidad Latina. También los abordo con dudas sobre su real capacidad para medir estados de opinión política nacional, por tres razones: 1) las plataformas digitales y redes sociales son apenas un indicador de una totalidad perceptiva mucho más amplia; 2) si bien sus autores aclaran que no cuentan los mensajes de troles, tampoco los definen; 3) las redes y plataformas son artefactos más para expresar emociones que razones.
Esto último, sin embargo, tiene una ventaja: permite suponer por dónde anda la procesión reactivo-emotiva en torno a dirigentes e instituciones. Sobre el presidente Chaves y sus aliados, el panorama que reitera el más reciente, divulgado el lunes, es de una estrategia política y –sobre todo– comunicativa, centrada en su figura, actuaciones, ataques y obsesiones, no en su equipo y quehacer gubernamental.
Unos datos clave: la “conversación digital” es 41,6% positiva hacia él, pero solo 25,1% hacia el gabinete; las negativas, 39,2% y 53,5%, respectivamente. Además, los ministros impulsados en distintos momentos como acompañantes estrella o delfines sucesorios –Natalia Díaz, Luis Amador, Laura Fernández y Mauricio Batalla–, quedaron en el camino. Resultado: la concentración en Chaves, como actor principal sin buen reparto de respaldo, es cada vez más aguda. Solo se mantiene a la par, con vida propia mediática y parlamentaria, la diputada Pilar Cisneros, también jugadora cuasisolitaria en la fracción oficialista.
Este fenómeno, además de revelar el acentuado personalismo y carácter performático del gobierno, plantea una gran interrogante para su proyecto político: si, en ausencia de un movimiento orgánico que lo respalde, y sin un partido taxi con fuerza real en qué montarse, su capital político estrictamente individual, y además cambiante, será transferible a otra figura y plataforma. Quizá sí, y en esto Cisneros podría ayudar, pero dudo del grado. Más aún, el posible ungido, si llegara a triunfar, es muy probable que busque fuentes de legitimidad propias.
El caudillismo no solo es riesgoso para los países, sino también para los caudillos y sus operadores, sobre todo si se fundamenta en volátiles artilugios de comunicación, más que en logros tangibles.
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Eduardo Ulibarri es periodista y analista.