En el embarcadero del tajo, donde muerde el vacío del aire las carnes de la mina, en ese recoveco de tierras intrincadas y canteras de agua, vergel de renacuajos, titila cada noche una luz en el manto que constela la vida. Una estrella fugaz. Desde niño jugaba a montar el establo bajo el cielo bordado de puntitos de oro, con el corcho bornizo, la verdina arrancada de la piel del granito, los guijarros, las ramas, los camellos de barro comenzando el camino por detrás de la casa, cada día un pasito, y la nieve de bolas que compraba en el puesto del mercado de abastos. Cada año un pastor, una mula o la noria se sumaban al juego del portal...
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