Si eres creyente, o al menos de raíces y cultura cristiana, no hace falta que nadie te explique el sentido de la Navidad; lo entendiste desde niño en tu casa, entre los abrazos familiares, el sonido de los villancicos y la magia del belén donde aprendías a identificar desde la infancia los símbolos de una fe capaz de superar la dimensión humana. Tampoco hará falta que te preocupes por la creciente secularización propia de una sociedad cada vez más laica; al fin y al cabo ese fenómeno sólo constituye el testimonio de una efeméride de trascendencia planetaria. Sabes cómo vivir esta fiesta de la ternura, de la generosidad, de la esperanza. Y cada año asistirás a tu propia, íntima, ceremonia...
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