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El raro consenso de la Navidad de Beirut

Si hay algo más difícil en este país que doce horas sin un corte de luz, eso es un consenso. Aunque a decir verdad esos, sobre todo en política, son igual de esquivos en una y otra orilla del Mediterráneo. Tres libaneses (un cristiano, un musulmán y un druso), cuatro opiniones. La Navidad parece uno de esos raros momentos de acuerdo. Al menos considerada en su exterioridad festiva, la Navidad une en este país dividido en comunidades religiosas. Los árboles de Navidad, las guirnaldas, las luces y otros adornos están presentes en calles, comercios y edificios residenciales tanto en barrios de mayoría cristiana como musulmana –estos constituyen más del 60% de los habitantes de la capital libanesa, en una suerte de resumen nacional– de Beirut, al igual que proliferan estos días los mercados navideños con todo tipo de objetos alusivos en los cuatro puntos cardinales de la ciudad.

Quizás haya tenido en ello algo que ver la reciente visita del Papa, y su mensaje ecuménico. Nadie es tan cínico aquí como para creer de verdad que los dos días y medio del Papa en el Líbano fueran a servir para reducir las brechas existentes entre unos y otros, pero sí ha dejado la visita pontificia un ambiente de espiritualidad añadido, y un orgullo compartido por las cosas bien hechas –por ejemplo, las imágenes de León XIV rezando ante la tumba de San Chárbel ha despertado un inusitado interés por el santo de los milagros en muchos fieles de todo el mundo, admiten desde la Iglesia maronita– dado el éxito organizativo de la segunda etapa del primer viaje apostólico de León XIV. ¡Hasta los partidarios de Hizbulá, con sus banderas amarillas y sus retratos de Hassan Nasrallah, fueron los primeros en aguardar el paso del pontífice –no era la primera vez que el Partido de Dios mostraba sus respetos a un Papa– en los suburbios de Beirut! De hecho, tres semanas después de la visita, la efigie del pontífice y las banderas del Vaticano siguen colgadas en numerosos lugares del centro de la ciudad. Si bien las luces –llama la atención que la iluminación navideña permanezca encendida toda la noche en ciertos barrios en un país que sufre severos problemas de suministro eléctrico y calles completamente a oscuras durante el resto del año–, los abetos y otros símbolos de la Navidad nórdica que la influencia cultural estadounidense ha universalizado están presentes, decorando toda la ciudad, solo en los barrios de mayoría cristiana pueden encontrarse elementos de la tradición católica como los nacimientos.

De hecho, uno de los rasgos más llamativos para el foráneo que pasea por las calles de los distritos cristianos de Beirut –aunque la ciudad cuenta con representación de todas las iglesias, la mayoritaria en la capital libanesa es la greco-ortodoxa seguida de la católica maronita– como Achrafiyeh, Mar Mijael (San Miguel), Gemmayze o Burj Hamud (el barrio de los armenios) es la exhibición de elementos religiosos en la vía pública. Cruces –en algunos casos como meros grafitis sobre los muros de los edificios de viviendas–, pequeñas y modestas tallas de Cristo, la Piedad y otros santos ubicados en portales de viviendas o marquesinas, y diversos iconos y estampas son parte habitual del mobiliario de la mayoría de comercios. Por tanto, es habitual ver escenas de la Natividad no sólo en el interior de las iglesias sino a las puertas de las mismas y en otros lugares públicos.

Afirmación identitaria

Con un cristianismo menguante –aunque no existen censos oficiales, se estima que los cristianos representan apenas un tercio de la población libanesa–, la exhibición de elementos religiosos es una suerte de afirmación identitaria. Desde su apartamento en el corazón de Achrafiyeh, la abogada Yendi Sfeir comparte con LA RAZÓN sus sensaciones en estas vísperas de Nochebuena: «Me invade un sentimiento de alegría y calor espiritual estos días. El corazón de la Navidad es la celebración del nacimiento de Cristo, el símbolo del amor, la compasión y el perdón. Ello nos recuerda el verdadero significado de esta estación: reflejarlo en amabilidad, generosidad y la importancia de la fe». «Así que en general estoy muy contenta de poder abrazar el espíritu auténtico de la Navidad y compartir amor con los que me rodean», concluye.

Si los motivos navideños están presentes en todo Beirut, tanto en el oeste (mayoría musulmana) como este (cristiano) –la divisoria física de las dos ciudades durante la guerra civil persiste hoy como frontera espiritual–, es en el Downtown donde adquieren su máxima belleza y esplendor. Tras años convertido en un espacio fantasmal, las calles del antiguo centro histórico de la ciudad, con sus construcciones otomanas y art déco salpicadas de ruinas romanas y cananeas, sus iglesias, mezquitas y tiendas de lujo comienzan ahora a recuperar el brío de otros tiempos, y en las peatonales calles comerciales del distrito las autoridades municipales han instalado un bellísimo juego de luces.

«Quiero electricidad»

Pero como la cuestión religiosa está siempre aunque se diga que ya no tanto y que todos son sobre todo libaneses etcétera – «por la mañana soy libanés, por la tarde de mi confesión y por la noche lo que quiero es electricidad», dice el cómico Rodigue Ghosn–, el despliegue de luces ha desatado estos días la polémica. A una parte de la población beirutí no le ha gustado que, lejos de haber buscado inspiración en la tradición cristiana, los responsables de la empresa que los instaló hayan optado por motivos geométricos con reminiscencias islámicas. «Un dos en uno, así se celebra la Navidad y el próximo Ramadán sin tener que gastar dos veces», se quejaba con ironía más de uno. A apenas un corto paseo de allí, en la frontera virtual entre los dos Beirut se encuentra la plaza de los Mártires y el inicio de la calle Damasco. En un una isleta de cemento rodeada del permanente y caótico tráfico de la zona y junto a la imponente mezquita del Mohamad al Amin se erige un enorme cilindro en forma de árbol de Navidad coronado por la estrella de Oriente. La carpa que sirvió de escenario para uno de los actos del papa es ahora un mercado navideño.

Además, Beirut es estos días un punto de encuentro de la gran diáspora libanesa. A pesar de la crisis económica permanente de este país, cuesta encontrar alguna mesa libre en un restaurante o bar de zonas como Gemmayze, Saifi, Downtown o Mar Mikhael. Miles de personas llegadas de países como Francia, Canadá, Alemania o Australia aprovechan las vacaciones navideñas para terminar el año en el Líbano. «Estudio un máster en Montreal pero he venido a pasar las Navidades con mi familia a Beirut. Sé que puede haber una nueva guerra pero estamos acostumbrados y no iba a perderme estos días», confiesa Marie a la salida de los bulliciosos establecimientos ubicados en la popular calle armenia.

El primer belén en movimiento de todo Oriente Medio

La Navidad libanesa no termina ni mucho menos en Beirut, más bien al contrario; no en vano, el viajero ha de salir de la capital y poner rumbo al país maronita, la región de Monte Líbano, para encontrar decenas de pueblos de mayoría cristiana que estos días se engalanan para celebrar el nacimiento del Niño Dios. Uno de los lugares que ya se han convertido en referencia obligada para niños y mayores es el belén en movimiento de la iglesia de San Simón en Ghosta, una localidad situada a unos 28 kilómetros al norte de Beirut. Con sus más de alrededor de 1.500 figuras y muchas de ellas en movimiento, puede presumir de ser el primer y mayor belén del Líbano y todo Oriente Medio de estas características. Además, el Nacimiento de la Esperanza es también el nombre de una iniciativa benéfica destinada a recaudar fondos para los sectores más desfavorecidos del país. Su impulsor, Joseph Bassil, explica a LA RAZÓN cómo «todo empezó de una manera muy sencilla. Durante muchos años este Belén estuvo en casa, como parte de una tradición con la que crecí y una pasión que tengo desde la niñez. Con el paso del tiempo iba viendo con tristeza cómo la tradición de los belenes iba lentamente perdiéndose y dejando de atraer a la gente. Llegué a la conclusión de que lo que una vez me emocionó con tanta fuerza no podía caer en el olvido». «Así que, poco a poco, decidí sacarlo de casa y compartirlo. Trasladarlo a un espacio público fue un paso natural con idea de que más gente pudiera disfrutar y redescubrir el significado de la Navidad, y con ello llevar la esperanza a quienes más lo necesitan con nuestro proyecto benéfico», añade.

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