Saber perder
Es legendario el grado de encono y puñaleo que enturbia los cenáculos de los partidos. Una atmósfera de traiciones, maledicencias y falsos aprecios que dejó perfectamente descrita el taimado Andreotti, un superviviente profesional, capaz de salir ileso de un tanque de pirañas. «Hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales… y compañeros de partido», rezongaba el ministro perpetuo italiano, con aquella mirada miope y esquinada, tan astuta que podía dar escalofríos.
Maquiavelo no perdonaría la ingenuidad de pensar que dos candidatos que se han batido a cara de perro en unas primarias van a ser luego los mejores amigos. También es de ilusos aguardar la magnanimidad del vencedor, pues el primer deseo del nuevo césar será siempre afianzar su mando y el método más rápido es tan clásico como cruel: laminar a los «queridos compañeros» que tuvieron la mala idea de apostar por el bando derrotado. Así funcionan las cosas en todos los partidos, desde las purgas de Lenin a las modernas elecciones internas. ¿Ha contado Trump con alguno de los adversarios que le disputaron las primarias republicanas? No les habla ni por Twitter. ¿Ha hecho Sánchez ministro a Patxi López? No, pues jamás le perdonará la muy certera pregunta que le soltó en el debate del PSOE: «Pedro, ¿tú sabes lo que es una nación?» (ya estamos viendo que no). En cuanto a su otra rival en aquellas primarias, Susana Díaz, el aprecio que comparten Sánchez y ella evoca al de Jesulín y Belén Esteban.
Soraya -inteligente y experimentada, cuyo grupo favorito podría ser OMD (Orchestral Manoeuvres in the Dark)- sabe lo anterior. Por eso, y aunque humanamente se entienda, resulta ilógico que se empecine en intentar empatar a toro pasado un congreso que perdió por goleada. Es normal que esté abatida. El salto es brusco. De ser la segunda persona con más mando -la primera, cuando se inhibía Mariano- ha caído a diputada rasa. De controlar los secretos del Estado, la maquinaria de la administración y hasta planteles de tertulianos, ha pasado a un horizonte incierto. Aduladores de antaño cotillean contra ella. Aliados «incondicionales» ya le hacen la rosca a Casado. El móvil suena menos y aquella dulce sensación de que España dependía de ti se ha eclipsado. Pero a pesar de lo amargo del trance debería animarse y probar una estrategia más generosa. A Soraya le quedan dos caminos: saltar a la empresa privada, donde con su valía haría una gran carrera; o si desea continuar en política, situarse sin pliegues al servicio de Casado e intentar que le permita competir electoralmente en alguna plaza importante (un político no testado en las urnas está incompleto y la ex vicepresidenta arrastra esa flaqueza).
Lo otro, los dardos sibilinos y la esperanza de que Casado pinche pronto, es un sendero minado. Los horizontes perdidos no regresan jamás, que diría el gran Battiato, y Soraya ya perdió su billete. Pero todavía podrá hacer grandes cosas si abraza la humildad y la lealtad. O si descubre que hay vida -y muy buena- más allá de la política.