Abascal apodera a Juncal
Su debut en el atril del Palacio de las Cortes fue con el Partido Comunista y aún no se había redactado la actual Constitución. Después volvió al púlpito como diputado por Izquierda Unida. Ayer reapareció, tras un largo retiro, como candidato a la Presidencia del Gobierno a proposición de Vox. «Todo lo que sé es que no soy marxista», dijo Marx. Se ve que Tamames sí es tamamista . No hay problema en este viaje ideológico desde una punta a la otra porque el que no evoluciona ha muerto. Y el que se aferra a una sola idea durante toda su vida no ha vivido. Pero sí es muy importante saber salvaguardar la dignidad. Lo más incomprensible de la vuelta del reputado catedrático al hemiciclo es que ha evidenciado su debilidad. Cada uno es como Dios le hizo y aún peor muchas veces, suspiraba el Quijote. Una de las grandes virtudes del erudito es saber taparse los defectos. En el toreo, la cima del conocimiento consiste en quitarse del peligro sin mostrar el miedo, huir despacio, escapar bailando. El novillero se pone en el terreno del toro porque aún no ha aprendido sus jurisdicciones y porque todavía puede resistir la voltereta. Pero el torero viejo nunca pisa el carril de la fiera hasta que no se ha asegurado de que la tiene domada. El gran error de Tamames ha sido ponerse en el sitio de la cornada sin cuerpo para aguantarla. Se ha dejado manejar por el apoderado. Abascal sale deshecho de esta faena hecha al descompás y fuera de cacho porque le ha regalado a Sánchez un sábado de pandemia en prime time y una muleta a su izquierda, Yolanda Díaz, pero el principal herido a la larga en la plaza siempre es el que se pone delante. Al líder de Vox le quedará el consuelo y la desazón, las dos cosas a la vez, de haber echado al ruedo a Tamames, el viejo torero retirado al que engatusó regalándole los oídos con los que ayer sufría para seguir lo que le decía el presidente. Abascal apoderó a Juncal. No ha tenido piedad con un venerable. «Maestro, qué cornada nos han pegado», le dijo cierto apoderado a la figura en el callejón camino de la enfermería. Y el torero le contestó: «Hombre, mayormente a mí». Pues eso. No necesitaba Tamames esta exposición ante un aforo que no ha leído sus libros. No necesitaba España una moción de censura en un momento así ni desde un partido así. Pero la tentación de un instante de gloria ha podido con él. La edad es la única puerta de acceso a la experiencia, aunque una cosa no asegura la otra, y don Ramón acumula trienios de pensamiento suficientes como para saber hasta donde llega la cometa. El cenit intelectual se alcanza cuando se aprende a decir que no en señal de respeto a uno mismo y al que pide. El no es un gesto de humildad y también de aprecio. No me veo capacitado para estar a la altura de lo que necesitas. Y viceversa. No hay mayor desprecio a una persona que aprovecharse de ella . Pero ayer se demostró que a veces el parlamentarismo es una greguería. Abascal ignora sus límites: si te conoces demasiado a ti mismo, dejarás de saludarte...