En aquellos días, antaño, el niño que fui subía despreocupado por la Gran Vía . Qué días aquellos, qué sol de la infancia con Álvarez del Manzano. El padre se fue como se van las cosas que no tienen nombre, y desde entonces le he cogido miedo, pavor, jindama, a la Gran Vía. Es como un amor menguado, que del incendio pasa a ser una rutina, y de ahí al tedio y al régimen de visitas. La Gran Vía de cuando entonces, aún con el padre vivo, tenía su principio y su final, y como al arribafirmante le recomendó Anguita, había que mirar al cielo y esas estatuas hermosas que arden bajo el sol. Luego, aquellas pensiones de ascensores mínimos...
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