Hay ocasiones, lo confieso, en las que resulta incómodo este oficio, el mismo que Mariano José de Larra asoció con el diablo cojuelo en sus andanzas carnavalescas fuera de temporada. Como él, uno toma frecuentemente la pluma con ímpetu de elogio y todo se malbarata, de improviso, algo llama su atención de manera incesante, un eco, alguna máscara, una grieta en la realidad que conviene observar de cerca. Son otros tiempos los que vivimos, claro; ya no hace falta levantar los tejados de las casas —menos aún de los museos de arte contemporáneo— para percatarse de lo que ocurre. Tenemos otras palancas para enfocar la mirada: la hemeroteca, las redes, la conversación inacabable, los 'papers', la broma infinita. No es...
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