LA cola del supermercado, ese remolino variopinto y manso, resulta tan espesa como larga. Armados de paciencia aguardamos nuestro turno encajados en la fila. Nadie pretende colarse para no montar bulla, al revés que el trompetero Bolaños el otro día . Observo a ese padre con aire de divorciado tristón acarreando hamburguesas porque ese fin de semana le tocan los críos, a esa abuela de impecable permanente y gafas con montura de carey, a ese amante de la charlotada gastronómica basada en el artificio saludable de unos alimentos insípidos, a ese solitario que carga mil birras (servidor), y luego a un tipo que llama la atención por su estampa... Su tocado es el eslabón perdido entre el sombrero cordobés de...
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