Se le salían los ojos a Román mientras plantaba cara a Monaguillo, que así se llamaba un quinto con más hechuras de obispo. Latín sabía este grandón toro de Montalvo, un animal incierto y nada claro en las telas, aunque de vez en cuando humillara. Tan enamorado de los adentros en los primeros tercios, se arrancó con feo estilo a la muleta en una intensa y vibrante pelea. Quiso el valenciano lucirlo en la distancia y se fue directo al cuerpo ya en el inicio: o se quitaba Román o lo quitaba Monaguillo. Lejos de arredrarse, siguió con generosa entrega, jugándose la cornada con tan geniudo montalvo, que transmitió mucho. Palpitaba la tensión en cada pase con ese punteo constante....
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