Al igual que muchos de sus colegas, Ivo Zúñiga Martínez se vio enfrentado en 2018 a una elección: permanecer en Brasil, con un futuro desconocido pero libre, o volver a Cuba, sometiéndose a las dificultades de una dictadura que, como ahora comprendía, le había estado explotando por años. En 2018, este médico, ahora de 37 años, optó por la primera alternativa, y fue etiquetado como desertor por el régimen castrista. Tras haber arriesgado su vida en la primera línea de la diplomacia médica cubana y hasta haberse expuesto al ébola durante sus misiones de cooperación, lo arriesgó todo para ganar libertad. Está pagando un precio. «Si yo vuelvo ahora, voy preso», confiesa con una expresión sombría. Zúñiga es uno de los 2.500 médicos cubanos que decidió no volver a su país al acabar el programa Más Médicos creado hace una década por Dilma Rousseff para enviar doctores a regiones de Brasil que carecían de cobertura médica. Más de 20.000 médicos cubanos fueron a zonas depauperadas, aldeas olvidadas y favelas desamparadas. Tras un paréntesis durante el mandato de Jair Bolsonaro —que acusó a Cuba de trata de personas— ahora Lula da Silva ha anunciado que lo recupera. El del doctor Zúñiga es un currículo impresionante, es médico generalista; con especialidad en medicina de familia; conocimientos de dolencias tropicales y hasta experiencia en ortopedia. Durante su carrera, ha trabajado en situaciones muy difíciles, enviado al Sahara, a Haití, y hasta al epicentro de la epidemia africana del ébola en Guinea, en 2015. Homologación infernal Como los demás compañeros que quedaron en Brasil, el doctor Zúñiga no lo ha tenido fácil. Al no regresar a la isla, no ha podido seguir ejerciendo la profesión con la que tantas vidas ha salvado. El examen para poder homologar aquí el título médico es de una dificultad infernal, y parece, según muchos de los cubanos con los que ha hablado este diario, diseñado para provocar tropiezos. Una mayúscula errada en el nombre de una bacteria puede ser motivo de suspenso. Hoy, Zúñiga sobrevive como farmacéutico en Santo Antônio do Jardim, un pequeño pueblo cafetalero de 6.000 habitantes en el interior paulista. Atiende, conversa, escucha, lee las recetas que escriben otros médicos, y, sobre todo, ayuda como puede, aconsejando sobre males y dolencias, sabedores como son los vecinos de que tiene mucha más experiencia que sus propios médicos de cabecera. Ivo Zúñiga Martínez ahora trabaja como farmaceútico D. Alandete Hace apenas cuatro años, la atención del mundo estaba puesta en estos doctores cubanos. En el apogeo del programa, había aproximadamente 11.000 médicos cubanos trabajando a la vez en Brasil. Bolsonaro los describía como «esclavos» . Cuba ordenó a todos la vuelta inmediata . EE.UU. denunciaba ante la Organización de los Estados Americanos que eran víctimas de abuso, sometidos a una involuntaria servidumbre. El secretario general de ese organismo, Luis Almagro, denunciaba en Washington lo que describió como tráfico de personas y violación de los derechos humanos, disfrazados de programa de cooperación. El influyente senador demócrata Bob Menéndez decía en el Capitolio que «las misiones médicas de Cuba en el extranjero no son humanitarias, sino más bien un esquema calculado y coercitivo para generar dinero por parte de un régimen que depende de la servidumbre por contrato para llenar sus arcas». De 2013 a 2018, los años en los que Cuba participó en el programa, con la mediación de la Organización Panamericana de la Salud, un total de 20.000 médicos cubanos atendieron a 113 millones de brasileños, según datos de la dictadura. El acuerdo generaba, según se anunció en su lanzamiento, unos 210 millones de euros anuales para el régimen castrista. Exportar mano de obra La Habana exportaba mano de obra cualificada y cobraba un premium por ello. Por cada enviado como el doctor Zúñiga, Brasil pagaba alrededor de 12.000 reales mensuales, de los que al médico, para vivir le quedaban menos de 3.000. Al cambio actual, de 2.300 euros mensuales por persona, la dictadura se embolsaba más de 1.700, dejando a los doctores 570 euros para vivir. Tan magro era ese pago, que las ciudades y estados donde se desempeñaban tenían que complementarles el salario. Cierto es, sin embargo, que el sueldo medio de un médico en Cuba, de apenas 50 euros mensuales, palidece en comparación. «Robado», es la palabra que emplea Yaser Herrera Rodríguez , de 34 años. Se siente así desde el primer momento, cuando vino a Brasil de Cuba en 2019. Le dieron 4.000 reales, unos 750 euros, de bolsa para instalarse. Con los años dice que se enteró de que por ese traslado pagaba Brasil a la dictadura hasta 27.000 reales, y el régimen se embolsaba lo demás. «En Cuba, cuando tú ibas a venir para acá, ellos te hacían firmar un documento admitiendo lo que te iban a pagar, y si no lo firmabas no podías venir de misión, ni salir de Cuba, entonces te obligaban a eso», dice. Herrera recibe a ABC en su hogar, y sirve una tarta de piña, decorada con una delicada crema rosada. La ha preparado él. Aquí en el oeste de la ciudad de São Paulo, se gana la vida con tratamientos estéticos y suma algo de dinero con la repostería, que es su pasión, y que ha aprendido de su madre. Herrera no es oficialmente un desertor. Él volvió de Rio Grande do Sul, el estado brasileño donde ejercía, a Cuba, al acabar el programa. Antes, lloró. «Me sentí muy mal, muy triste, porque perdí mi trabajo y a mis pacientes. Recuerdo llorar abrazado a mis pacientes, porque ya no podía atenderles», dice. «Me sentí muy mal, muy triste, porque perdí mi trabajo y a mis pacientes. Recuerdo llorar abrazado a mis pacientes, porque ya no podía atenderles» Yaser Herrera Médico cubano Al haberse casado en Brasil, obtuvo los permisos de regreso. De este modo, evitó la prohibición que le hubiera impedido ver a su madre durante ocho años, plazo que establece la ley cubana para las salidas indebidas. Tras un mes en Villa Clara, su lugar de origen, volvió a Brasil, pero se quedó dos años sin poder trabajar. Durante ese tiempo, sobrevivió gracias a la ayuda de amigos y comenzó a buscar formas de ganarse la vida. Yaser Herrera D. A. Entonces cayó la pandemia, y el Gobierno de Bolsonaro permitió la recontratación de casi 1.800 médicos cubanos por un periodo de dos años para ayudar en la respuesta de emergencia en un país, como lo fue Brasil, donde los contagios y las muertes se dispararon. Herrera volvió a trabajar como médico, esta vez en São Paulo, atendiendo a pacientes con enfermedades crónicas, pero el año pasado volvió a quedarse sin empleo. Planea convalidar su título médico y continuar trabajando. Para ello, debe superar el temido examen que ya ha suspendido una vez. «Está diseñado para excluir», afirma. Comenta que una de las razones por las que decidió quedarse en Brasil fue el desarrollo y las oportunidades que ofrece el país en comparación con su Cuba natal. Según él, son cosas realmente básicas. «Cuba no funciona bien, siempre hay problemas con el transporte, hay problemas con la alimentación. No es fácil. Incluso los médicos enfrentamos dificultades porque no hay medicamentos», explicó. Espías de la dictadura Cuando reintrodujo este programa médico en marzo, el presidente Lula denunció la desinformación que, según él, perjudicó a estos profesionales. Si fuera de Brasil se les veía como esclavos, no faltaron médicos brasileños que desconfiaban de ellos, los consideraban intrusos y denunciaban que eran espías de la dictadura. Elia Peralta Ortiz , de 55 años, toda una veterana de las misiones médicas cubanas, se lamenta de todo eso. Como muchos de sus compañeros, llegó a Brasil después de haber enfrentado crisis muy graves en todo el mundo, como atender a pacientes en Eritrea en plena guerra con Etiopía de 2001. Después de una estancia en Venezuela, llegó a Brasil en 2014. Le tocó atender a pacientes en São Paulo, donde estuvo cuatro años. Se enamoró, se casó y, en el proceso, se convirtió al adventismo, una denominación cristiana que enfatiza la segunda venida de Jesucristo. Elia Peralta Ortiz es toda una veterana de las misiones médicas D. A. Su vida cambió y no guarda resentimientos. Cree que todos estos médicos sabían a qué venían y cuánto les iban a pagar. Al finalizar el contrato, regresó a Cuba para solicitar el permiso de salida y se lo concedieron. De vez en cuando va de visita a la isla. Relata todo esto desde su hogar, una casa impoluta junto a una iglesia, en Hortolândia, al norte de São Paulo. «Trabajé 31 años como médica, siempre di lo mejor de mí, fuimos a donde nadie quería ir, y nos pagan llamándonos esclavos, espías» Elia Peralta Médico cubano Peralta dice que cuando escuchaba a aquellos políticos en Washington que la llamaban esclava, se enfurecía. «Nos llamaron incluso espías , un montón de cosas absurdas», afirma. «Trabajé 31 años como médica, siempre di lo mejor de mí, ayudé a los demás, hicimos un buen trabajo, fuimos a donde nadie quería ir, y nos pagan llamándonos esclavos, espías», lamenta. Eso sí, al finalizar el programa perdió la licencia y no puede ejercer. Planea presentarse por segunda vez al examen de convalidación, pero sabe que aprobarlo es muy difícil. «Pero no imposible», dice, «hay que intentarlo».