Hiram Peón: ¿Tenemos razones para sentirnos triunfadores?
He escuchado en muchas ocasiones expresiones que señalan que algún joven adolescente es “todo un caballero”. Normalmente estas expresiones vienen de la madre, es natural, es normal que una madre vea en sus hijos cosas que los demás no ven.
También es normal que los padres, ya sea el padre o la madre, compare a sus retoños con otros niños. Ya sean parientes como los primos, o con los mismos hermanos.
Estas comparaciones muchas veces empiezan durante la etapa infantil y principalmente se ubican en el estrecho ámbito de los modales, las buenas maneras.
Decir buenos días o despedirse, son buenas maneras. Lavarse las manos, comer erguido en la mesa y utilizar los cubiertos con propiedad, son buenas maneras. Esta lista también incluye lo que no se debe hacer como, por ejemplo: comer con las manos o meterse los dedos en los orificios nasales, subir los codos a la mesa, masticar con la boca abierta y sorber la sopa.
Respetar estas buenas maneras no nos hacen mejores personas, pero nos vemos muy propios en la mesa, sobre todo cuando hay visitas o estamos en algún restaurante.
Pareciera ser parte de la educación que se nos da en casa. Aunque no en todas las casas tenemos una madre tan rigorista con el tema de las buenas maneras.
No tiene nada que ver el código postal donde está su vivienda, ni el nivel socioeconómico de la familia.
Solo sucede que la madre, o el padre, abrevaron esas buenas maneras en la casa paterna y ahora lo aplican con cierto rigor en su propio hogar.
Ahora bien, cuando los padres creen que, para educar a sus hijos, lo mejor, lo más fácil es señalar a otro como modelo de propiedad y buenas maneras, entonces viene la comparación.
Una vez que el niño, y luego el adolescente, entiende lo que sus padres esperan de él, empiezan las confusiones mentales. Se confunden valores con buenas maneras y entonces no importa mentir, si usas bien los cubiertos en la mesa.
¿Por qué sucede esto? Porque el niño y el joven vieron a sus padres mentir en cualquier ocasión sin ningún empacho, pero en el uso de los cubiertos fueron muy estrictos.
Con el tiempo el joven empezó a resentir la desvalorización que le provocaron las comparaciones de sus padres y entonces ya no necesitan que sus padres estén ahí para que le recuerden que su primo, o su vecino, es mejor que él.
Entonces él mismo busca esos modelos para compararse: su jefe es uno, sus compañeros de la escuela son otros modelos de comparación, los demás empleados en el trabajo, los socios del club, las esposas de sus amigos. Todos esos son modelos con quien compararse.
¿Y qué es lo que está mal en esta estructura social? Lo que está mal es que aprendimos a vivir insatisfechos con lo que somos y creemos que valemos por lo que tenemos o por lo que dicen los demás.
Vivimos insatisfechos con el salario, la manera como nos piden las cosas, el lugar donde vivimos y con quienes nos relacionamos. En suma, no encontramos ni un momento de felicidad en esa vorágine de pasiones encontradas y apabullantes.
Vivimos comparándonos con todos y por todo. Y esa comparación nos evita que veamos nuestros logros como algo valioso. Un día llegas a la conclusión que no has podido triunfar porque lo que piensan los demás influye en tu apreciación. Entonces concluyes que los demás, son mucho mejor que tú. Puede llegar el caso de que los hagas responsable de tus resultados.
La madurez de tu persona solo puede venir cuando eres capaz de darte cuenta que tus logros no tienen nada que ver con lo que opinen los demás, lo que digan los demás, lo que hagan los demás.
Tu madurez se cristaliza cuando te das cuenta que eres responsable de tu vida y que tus logros son solo tuyos. Cuando dejes de sentir angustia porque alguien más ha alcanzado una meta. Cuando te alegres por los éxitos de tus amigos y de tus compañeros de trabajo.
Entonces empezaras a descubrir momentos de felicidad. En lugar de lamentarte por tus carencias y limitaciones, empezaras a reconocer los esfuerzos que has realizado y podrás darte cuenta de cuál es tu paso siguiente, en la expansión de tu vida.
Mantengamos viva la esperanza. Mantengamos la fe. Hasta la próxima.
El autor es experto en comunicación corporativa y situaciones de crisis. Cuenta con un MBA del ITESM.
Contacto: hirampeon@gmail.com
Twitter: @Hirampeon