Focos de contaminación
Tan larga y deshilvanada ha sido la campaña electoral que la atención está puesta no tanto en ella, como en su entorno. Y cuanto acontece está generando focos de contaminación que más vale sanear o disolver, antes de emponzoñar la competencia.
A querer o no, los próximos días imponen una pausa, un descenso de la actividad presidencial, legislativa y proselitista. Si ese paréntesis no se aprovecha para desanudar enredos, ajustar estrategias, replantear objetivos y revisar hasta dónde se puede llevar la tensión política, no habrá por qué asombrarse si el cuadro se complica.
Como otras veces se están negando los vasos comunicantes entre los conflictos y los problemas, susceptibles de infectar el proceso electoral. Persistir en esa idea puede deparar una jornada electoral de pronóstico reservado no tanto en el resultado, como en su desenlace y consecuencia, sobre todo, si en algún momento Xóchitl Gálvez cierra la distancia y se muestra competitiva.
Insistir en que cuanto peor le vaya al otro mejor para uno, puede desembocar en un desastre compartido o una democracia quebrantada.
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Muchos de los actores políticos, en el más amplio sentido de la palabra, están perdiendo autoridad y credibilidad. De llegarse a requerir su intervención sea para zanjar dificultades o mediar en ellas, no podrán hacerlo. Se está ignorando la importancia de contar con referentes.
En la trampa del fundamentalismo cayó la mayoría de los actores, incluido su promotor mayor: el presidente de la República. Se exige estar a favor o en contra, en un bando o en otro, con el radicalismo atropellado o el gradualismo a paso lento, al punto de convertir la elección en un juego de eliminación que dejará heridas de muy difícil cicatrización. El único pero es que, el tres de junio, unos y otros se tendrán que ver la cara, aunque no se den la mano. Convivir no será sencillo, así se hable de la nación como un cuerpo indivisible.
Los actores inscritos en esa idea no son pocos. Además de gobernantes, dirigentes, candidatos, funcionarios, legisladores, jueces, consejeros y magistrados, se afiliaron intelectuales, periodistas, activistas sociales o ciudadanos, empresarios, así como una buena cantidad de encuestadores. Todos echando mano de no importa qué recurso con tal de impulsar la respectiva causa o bandería. Convirtieron el equilibrio en una posición condenable.
El crimen, sin duda, ha de estar profundamente agradecido por la puesta en escena y el desempeño de esos actores. Le han regalado una oportunidad de plomo. Sin querer o adrede, lo han incorporado a la campaña. Increíble.
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En el instituto electoral, los consejeros no norman ni arbitran el proceso, simulan hacerlo y, cuando se vean obligados a sonar fuerte el silbato, no habrá quien atienda el pitido.
Los dos bloques de consejeros en pugna actúan conforme a su credo, no en función del interés público y, así, descuidan la pulcritud del proceso. Por lo mismo, no logran acreditar su imparcialidad ni prestancia. Y los representantes partidistas en ese órgano juegan a tolerar esa compostura viendo el rédito inmediato sin levantar la vista. Se mostrarán exigentes cuando el problema derive en crisis, o sea, tarde.
Además, algunas consejeras están más preocupadas por la violencia política de género que por la violencia criminal en general, siendo que el plan de seguridad acordado con el gobierno federal está dejando mucho qué desear. ¿Cuántos candidatos asesinados se necesitarán para reparar en la inoperancia del plan y en el efecto que la violencia puede acarrear al proceso?
Algo semejante ocurre en el Tribunal, incompleta la Sala Superior, el ascenso de la magistrada Mónica Soto a la presidencia le restó autoridad de origen y, como en el caso anterior, los partidos se hacen de la vista gorda por lo pronto.
¿Más allá de las naturales diferencias, no deberían tomar acción de conjunto los partidos para revestir de legitimidad y credibilidad al proceso electoral?
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A su vez, más de un gobernador de los que corean “es-un-honor-estar-con-Claudia-hoy” se empeña en manifestarle su respaldo a la candidata, poniéndole piedras a su campaña sobre la base de profundizar o generar problemas.
Descuella, desde luego, la guerrerense Evelyn Salgado, pero ya también le compite campechanamente Layda Sansores, además del tamaulipeco Américo Villarreal, el potosino Ricardo Gallardo, el veracruzano Cuitláhuac García, el chiapaneco Rutilio Escandón, el sinaloense Rubén Rocha y el infaltable Cuauhtémoc Blanco, quien, en un acto de prestidigitación, va a dejar el gobierno de Morelos que nunca encabezó.
Qué forma tan bizarra de apoyar a su abanderada. ¿Habrá quien meta en cintura a esos gobernadores?
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Asimismo, Xóchitl Gálvez, Claudia Sheinbaum y Jorge Álvarez están impelidos a operar ajustes en su estrategia, pero no sólo hacia afuera sino también hacia adentro de la fuerza política que ampara su campaña.
En los tres casos son notarias las tensiones y pulsiones al interior de la coalición o el partido que impulsa y, a la vez, limita su candidatura. En ese ámbito, el apuro de Gálvez y Álvarez es muy superior al de Sheinbaum, pero los tres traen problemas y si, en estos días, no negocian mayores márgenes de maniobra o realizan ajustes en sus equipos de campaña, más adelante los obstáculos serán determinantes en su respectivo destino.
Y, bueno, ni qué decir del desplante hecho al presidente de la República por el empresario Ricardo Salinas. Claro que no es un asunto personal, es de Estado.
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Viene la pausa impuesta por el calendario, si no se aprovecha para sanear o disolver los focos de contaminación que nadie pregunte cómo es que emponzoñó el proceso electoral.
En breve
¡Vaya total play, perdón triple play de la presunta ministra!