Sin culpa, como el Arcipreste
La inteligencia artificial ofrece extraordinarios beneficios a la humanidad, pero esta vez la promesa se hace acompañar de una amenaza existencial.
Geoffrey Hinton, conocido como el padrino de la inteligencia artificial, renunció a su alto cargo en Google para advertir a la humanidad, sin cortapisas impuestas por su relación con el gigante tecnológico, sobre los peligros de la inteligencia artificial generativa. El Dr. Hinton desarrolló la tecnología base de los sistemas desplegados en los últimos meses, todavía en forma embrionaria, por la industria del ramo.
Su renuncia es, por sí misma, un enérgico llamado de atención, pero las declaraciones brindadas a The New York Times sobre su arrepentimiento por el trabajo científico de toda una vida son aterradoras. “Me consuelo con la excusa habitual: si yo no lo hubiera hecho, otro lo habría hecho”.
La excusa es irrebatible. Nada pudo haber frenado el desarrollo de la nueva tecnología. Pensarlo es tan iluso como dar crédito a la eficacia de la petición formulada por más de mil líderes de la industria tecnológica para frenar, durante seis meses, el desarrollo de programas como GPT-4. Entre los firmantes figuran Steve Wozniak, cofundador de Apple, y Elon Musk, presidente de Tesla y otras empresas del sector.
Los expertos temen una catástrofe, pero la carrera por desarrollar sistemas más potentes se ha intensificado. Los avances se logran a velocidad vertiginosa pese a la pretendida moratoria. Nadie está dispuesto a frenar por temor a proporcionar una ventaja al competidor. En consecuencia, un coro de expertos clama por la rápida adopción de regulaciones.
No parece haber alternativa, pero también en este caso la competencia interfiere. ¿Puede un bloque de países frenar el desarrollo de una tecnología capaz de desempeñar un papel preponderante en el campo de batalla y en la confrontación comercial? ¿Respetarían sus adversarios el compromiso de ponerle límites?
La verificación del cumplimiento de los tratados de limitación de armas nucleares plantea retos, pero es perfectamente posible. Más fácil todavía es el recuento de armas convencionales, pero la inteligencia artificial escapa a los medios de comprobación existentes. La humanidad parece haber liberado un genio que rehúsa volver a la botella y más bien sigue frotando para ver si aparece otro.
La inteligencia artificial ofrece extraordinarios beneficios a la humanidad, pero esta vez la promesa se hace acompañar de una amenaza existencial. Como escribió el arcipreste de Hita: “Si lo dijera yo, se me podría tachar, más lo dice un filósofo, no se me ha de culpar”.
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.