Lequio, el yayo damnificado
Ana Obregón ha vuelto a casa. Llegó jubilosa con su hija oficial, nieta del corazón, en brazos. Ana Obregón ha vuelto al hogar y, de nuevo, ha pillado a Lequio con el pie cambiado. "Yo no tenía la fecha marcada en la agenda. No tenía ni idea de que venía hoy, ha sido una sorpresa, …
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Ana Obregón ha vuelto a casa. Llegó jubilosa con su hija oficial, nieta del corazón, en brazos. Ana Obregón ha vuelto al hogar y, de nuevo, ha pillado a Lequio con el pie cambiado. "Yo no tenía la fecha marcada en la agenda. No tenía ni idea de que venía hoy, ha sido una sorpresa, pero bienvenida", dijo el yayo en su programa de cabecera. Al que Anita la fantástica ya le ha dicho que tiene "las puertas abiertas" para ir a ver a su nieta cuando quiera.
Las cosas son como son. Si Ana Obregón ha confesado que es yaya, no madre de Ana Sandra Lequio; Alessandro es yayo. El dandi italiano, el que en su día fuera todo un rompecorazones ha llegado a esa edad en la que por los pasillos de tu casa corretea un alma que te llama abuelo, yayo, yeyo, lelo o belo. Si a nuestra Anita la fantástica Ana Sandra Lequio (parece que toda esta retahíla son nombres) le va a llamar lela, perdón, bela; Lequio será belo.
Ni tan mal. Lo de belo, lindo en italiano, le queda genial al conde que, tras corretear por cientos de lechos, ha sentado la cabeza con María Palacios. Lequio lleva una vida emocional estable desde hace más de 20 años, pero no olvidemos que fue todo un mujeriego.
Lequio, un corazón ajetreado
Tuvo una tormentosa relación con Antonia Dell’Atte. Durante cuatro años mantuvo un romance con Ana Obregón a la que le puso los cuernos con la azafata Silvia Tinao. Ambas separaciones llenaron páginas y páginas del couché. Sobre todo con las peleas de gatas de las madres de sus dos hijos y con las cintas que grabó nuestra Anita en las que Lequio ponía verde a su supuesta amante.
La siguiente en pasar por el tálamo condal fue Mar Flores. Se suponía que la modelo era la novia oficial de Fernández Tapias, pero aquella portada en Interviú y aquel título Mar Flores y el conde Lequio en la cama acabaron con el idilio. Más tarde Sonia Moldes, Susana Molina y Maribel Sanz ocuparon el corazón del tataranieto de Alfonso XIII.
Abuelo de penalti
A Lequio le han hecho abuelo por penalti. Él ha decidido no hablar del tema. No quiere hablar de su hijo y, por consiguiente (como diría Felipe González), no va a hablar de Ana Sandra. Ni siquiera en su programa. De ahí que el miércoles por la mañana tuviera un medio enganchón con Joaquín Prat.
En el corrillo del corazón de El programa de Ana Rosa, el presentador le preguntó si tenía intención de ir a conocer a la recién nacida. El conde salió por peteneras. Periodista de raza, Prat insistió y le reprendió porque no estaba respondiendo a su pregunta. Lequio, don erre que erre, insistió en su cerrazón: "No te he respondido porque sabes perfectamente que de este tema, de todos los relacionados con mi hijo, no voy a hablar y así me voy a mantener".
"La pregunta era fácil de responder. Sí o no", insistía el presentador de Ya es mediodía, pero el conde se aferró a su idea del silencio. De hecho el aire del plató se podía cortar. Ana Rosa decidió dar un golpe y acabar con la tensión. Le echó un capote impagable a Lequio. "Es la hija de su hijo. Bueno, ya está. La noticia es que no sabía que hoy era la llegada". Se acabó el conflicto.
Lequio nunca quiso hablar
Efectivamente, Lequio desde el momento que conocimos el notición, en cuanto supimos que Ana Obregón había sido madre por gestación subrogada a los 68, más bien 71 años, decidió que de ese tema no iba a hablar. “Con todo el cariño personal y el máximo respeto profesional, espero que entendáis que de este tema yo no voy a decir nada. Ni ahora ni nunca", confesó entonces. "De la gestación subrogada hemos opinado en diversas ocasiones, yo he opinado y hablado en diversas ocasiones, pero para mí hoy no es el día para hacerlo porque se entendería en un único sentido, entonces sería absurdo. Yo sé que me vais a respetar, yo os quiero mucho pero así voy a quedar", dijo rodeado de alcachofas multicolores.
Además, le confesó a Ana Rosa que Aless también era su hijo y cada uno gestiona el dolor como buenamente puede. "Me siento muy presionado porque sé que hay una gran expectación por lo que yo pueda decir, pero siento desilusionaros porque no voy a contar nada. Cuando mi hijo murió, todos habéis sido testigos de que mi única opción ha sido el silencio. No he comentado nada ni enseñado lo que sentía. No he dicho ni una palabra y lo voy a seguir haciendo porque es lo que le gustaría a él.", confesó en el programa cuando se supo de la nueva maternidad de Ana Obregón.
Efectivamente, no hay sufrimiento mayor que sobrevivir a un hijo. Resulta imposible imaginarlo. Es antinatura y nadie está preparado para seguir respirando después de un golpe así. "Yo lo que quiero es paz y tranquilidad, relax, discreción, no quiero ruido, silencio, ahora no es el momento, ahora hay mucho ruido. Tengo una familia con la que soy feliz y tengo una hija a la que tengo que cuidar y educar y ese es mi problema y ahí es donde tengo el focus y el resto ya se verá", añadió entonces.
"Yo lo sé todo"
Ahora bien, que nadie se lleve a engaño. Lequio siempre ha estado al tanto del proceso. “Yo lo sé todo”, confesó cuando se supo la noticia. Una idea que se corroboró Ana Obregón en su exclusiva de ¡Hola! Sólo tres personas de su entorno conocían sus intenciones de volver a ser madre. Sus hermanas, Celia y Amalia, y Alessandro Lequio, el padre de Aless, su primogénito.
En esta historia, pelín truculenta, tanto Ana Obregón como Alessandro Lequio son los herederos directos de Aless. Se entiende que también del semen congelado. Sin el permiso de uno, el otro no podría hacer nada. Así que el yayo Lequio puede que aceptara la idea, puesto que parece que fue su hijo quien lo pidió en sus últimas horas, pero para lo que no estaba preparado es para este circo mediático.
Ya lo dijo bien claro, le duele la situación. Ver en todas las cadenas imágenes de Aless no hace más que meter el dedo en la llaga de la pérdida. Probablemente, cuando aceptó no midió las consecuencias. Una decisión falta de meditación que le ha convertido en el yayo damnificado.
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