Elogio del Café Varela
La biografía del café literario, en Madrid, va desde la tertulia de la Fonda de San Sebastián, en la plaza del Ángel del año 1770, donde predicaba Goya, hasta las tardes más recientes del Café Varela , que viene a ser el Gijón del ahora mismo, una guarida de lujo donde conspiran los políticos de telediario y los escribientes de vitola. Al Varela, ahí asomado en el Madrid de barahúnda, a orilla de la plaza de Ópera, le viene dando un estirón de fama y prestigios Melquíades Álvarez, gallego de inteligencias, que es el anfitrión imbatible de este galeón espejeante, con menú de percebes, y aguardiente de compadres, donde igual te encuentras a un ministro que a Luz Casal. De un café literario igual sale una república que un soneto, alcalde, y ya estaba Madrid quedándose sin la institución monumental del café, hasta que ha venido el Varela a vigentar ese decaimiento, en Madrid, y el propio tronío que ya tuvo, porque en el Varela ataban la cháchara los Machado, Alberti o Unamuno. Con el Varela se recupera el noble hábito de la tertulia , ahí «donde el español rinde el máximo de su trabajo», según la apreciación maliciosa de Ortega y Gasset. Eso, y que convoca un premio que es una cena que es cónclave de alegrías, porque se celebra un santuario, el de Melquíadas, y un autor, el poeta Antonio Lucas, en el caso último, que fue anteayer mismo. Edu Galán me cedió una silla inolvidable, entre Reverte y Raúl del Pozo. Noticia Relacionada Cartas al alcalde opinion Si Riesgos de derrumbe Ángel Antonio Herrera No sopesamos este desastre, en Madrid, pero hay bastantes edificios en ruina, o casi, en las zonas donde se aviva el apartamento turístico, que es una de las lepras silenciosas, o no tanto, de la salud inmobiliaria de la ciudad Más que esa cena, que fue mejor que una boda, yo lo que quisiera apuntar aquí, alcalde, es que el Varela resucita lo que en Madrid no debió enmortecer nunca, la tertulia de café , entre la retórica y el cabreo. Emilio Carrere, rey del golferío, y cronista de la bohemia, que frecuentaba el Varela, por cierto, lo dejó advertido para siempre: «Con el cierre de los cafés yo pienso, conmovido, en todos los literatos que se han quedado sin su mesa de trabajo«. Qué tiempos, coño, que apasionados y apasionantes tiempos. Acaso el lema mejor de los cafés de todos los tiempos pudimos leerlo en un café de Viena: »Aquí se sientan los que siempre se sientan aquí«. Difícil dar con una fórmula de magias donde se atan el rigor de lo selecto y el desenfado de la hospitalidad. Eso ocurre en el Varela, lo diga o no lo diga Tripadvisor, que igual sí lo dice, a su manera. Yo aquí lo pongo.