Las dos caras
En Cataluña siempre hay unos que creen que el Estado no va a defenderse y otros que piensan que pagando por debajo obtendrán más que los demás, y ahorrando su buen dinero. Son las dos caras del mismo catalán. Los primeros son héroes pasados de azúcar, pesadísimos fantasmas. Los segundos son aristocracia de barrio, trileros, tramposos, sentimentales, simpáticos pero tan oportunistas que la mezquindad les tuerce el gesto de sordidez y es imposible no ver en ellos funestos anticipos de la muerte. Son esquemas clásicos, inmutables. Arquetipos catalanes. Laporta creyó que podía burlarse de las constructoras del Ibex, que podía 'petárselas', por decirlo al delicado modo de su directiva Maria Elena Fort. Hoy está experimentando las exactas consecuencias de la maquinaria puesta en marcha de ese poder estructural, estatal, que siempre hay un catalán que cree que puede despreciar, justo antes de acabar en la cárcel, arruinado o huyendo como una rata. Junqueras y Puigdemont también creyeron que podían darle a España una lección de europeísmo y democracia. Es esta fanfarronada rural, con aliento a ajo. Apología de la provincia, rebote cantonal. Niño que crees que podrás volar si te pones una capa y dices que España te ha pegado cuando ingresas en el hospital. Don Jaime Canivell en 'La Escopeta Nacional' retrató lo que muchos años más tarde ha sido Enríquez Negreira. Yo no sé en qué medida ni bajo qué métodos intentaba el Barça comprar a los árbitros , ni siquiera si era esto lo que pretendía a cambio de los pagos, pero lo que está claro es que intentaba colocar sus porteros automáticos. Siempre desde la suficiencia, siempre desde la horterada, siempre tratando de ser lo que no eres y el atávico pensamiento de que Madrid te roba. Es esa afectación victimista, el miedo cerval que te lleva a desencadenar tus peores pesadillas. Creerse el más listo conduce siempre –han de creerme– al ridículo y a la Fiscalía Anticorrupción. A Laporta le quedan pocas salidas que no sean la suya propia, aunque está por ver si la salida es simplemente vergonzosa o resulta –Dios no lo quiera– trágica. Cuando mi abogado le comentó a uno de los suyos: «es improbable que ni siquiera llegue a juicio la querella que Jan ha dicho que quiere ponerle a Salvador», el otro abogado contestó: «el problema no es si la querella llega a juicio, es si llega Jan». En cualquier caso, él y su junta están acorralados. Pero no por los supuestos enemigos del Barça, ni por «gente que quiere manchar el escudo», como el pobre presidente salió a decir con evidentes dificultades personales, sino por su deprimente realidad de cutres, de apandadores y farsantes. Héroes y trileros desfilan por juzgados y pistas de circo en el nombre del Barça o de Cataluña, siempre con una lección a punto de darnos, y siempre al borde de un precipicio por el que inevitablemente se acaban despeñando si el Estado, en su infinita caridad, no llega a tiempo de salvarlos y acomodarlos en la cárcel.