El primer pensamiento que me viene a la cabeza, en cuanto la gente empieza a tararear a mi alrededor los primeros villancicos, es que si el mundo fuera como parece cuando se levanta el telón de la Navidad pocas cosas irían mal. No hay nada sobre el escenario navideño -salvo tal vez las cenas con los cuñados-, que sea presagio de conflicto. Las ciudades se adornan, la noche se ilumina, el gesto de los rostros se dulcifica, salen del armario los vestidos de raso, las mesas se cubren con manteles de fiesta y se intercambian regalos mientras una banda sonora específica, empalagosa como el turrón, remueve nuestros sentimientos. Luego, ya más prosaico, me da por pensar que es una lástima...
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