Mi padre se llamaba Marcial y al descubrir mi vocación literaria me dio por perdido. Era un sufrido inmigrante asturiano, un afable camarero del bar ABC -donde Osvaldo Pugliese había estrenado varios tangos míticos -, un fanático de Tyrone Power y un amante de las películas en blanco y negro. Durante los años 70 en la ciudad de Buenos Aires, los chicos de mi generación veíamos esas obras maestras sin saber que lo eran en un ciclo continuado que daban todos los sábados por televisión: comenzaba a las 13 horas en punto y acababa a las 22, cuando se iniciaba ‘Hollywood en castellano’, films para adultos que sin embargo nadie nunca me censuró. A medianoche me iba a la cama...
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