EL rey de Persia, en el siglo V a.C. escribió a «las 127 provincias, desde la India hasta Etiopía, a cada provincia en su escritura y a cada pueblo en su lengua; a los judíos, también en su propia escritura y lengua» (Ester, 8:9). En el Jerusalén del siglo I, «cada uno oímos hablar [a los apóstoles] en nuestra lengua nativa: entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, Judea y Capadocia, de Egipto […], romanos, cretenses y árabes» (Hechos, 2:8-11). Estas citas muestran el deseo de dejar constancia de la diversidad lingüística. Y nos explican que la eficacia de la legislación y la predicación radicaba en que los destinatarios recibieran el mensaje en su lengua. Se garantizaba...
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