En un país y una Comunidad acostumbrada a las mayorías absolutas de los dos grandes partidos, formar gobierno en coalición se ha convertido en un vaivén con continuos escoramientos a izquierda y derecha. Para unos es signo de salud democrática; para otros, entre los que me encuentro, la corruptela y la decepción con esos dos grandes partidos nos ha echado en los brazos de formaciones extremistas que se alejan del preciado equilibrio.
Andan algunos afilándose las uñas con el gobierno de Mañueco y la irrupción de Vox, después del acelerado final de su matrimonio de conveniencia con Ciudadanos, que dejó al PSOE compuesto y sin novia, negando un cambio de rumbo después de treinta años de monogobierno popular, que nada...
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