La querencia del hombre por la eternidad no necesita ser demostrada. Nadie quiere morirse. Pero como es inevitable y no todos creen en la promesa del Paraíso, algunos se esfuerzan por granjearse en la tierra una reputación que les sobreviva para siempre. Suele ser un esfuerzo inútil. Lo cierto es que nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto. La mayoría de los que logran zafarse de esa regla solo consiguen alargar su recuerdo durante un periodo de tiempo insignificante. El premio gordo de ser inmortal, de perdurar en la memoria de cualquier generación que nos sobreviva, está al alcance de muy pocos. Nadal es uno de ellos. Mientras el tenis no desaparezca de la faz de la tierra, su legado...
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