El teniente general Francisco Gan Pampols ha sido director de la Academia General Militar, asesor del segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, director del Centro de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (Cifas) y general jefe del cuartel de despliegue rápido de la OTAN. Con experiencia en misiones internacionales en Bosnia y Herzegovina, Kosovo y Afganistán , ahora se encuentra en situación de reserva, de ahí que pose en la imagen de civil o se abstenga de hacer comentarios sobre la política española actual. La disciplina militar aún pesa sobre sus declaraciones públicas. Ha sido el primer español y la quinta persona del mundo en alcanzar los «tres polos de la Tierra» (el Everest, el Polo Norte y el Polo Sur). Ahora, toda esa experiencia desde el prisma del liderazgo lo plasma en 'El arte de mandar bien. Querer, poder, saber' (Plataforma Editorial). Vivimos tiempos que requieren líderes excelsos. -¿Quién es buen líder? -Es aquel capaz de influir en un grupo de personas de tal forma que empiecen a estrechar relaciones. Que genere el concepto de grupo. Y que a través de esas relaciones interpersonales sean capaces de trabajar de forma coordinada y que se entusiasmen con un proyecto que ha sido descrito bien. «Zelenski ha demostrado habilidades innatas. Putin está ejerciendo una dirección tóxica, propia de una autocracia» -En su libro hace notar que los verdaderos líderes tienen que huir del igualitarismo. ¿No está siendo usted políticamente incorrecto con esa idea? -El error de base es confundir igualdad con igualitarismo. Es que la igualdad es un concepto que es moralmente bueno y el igualitarismo es perverso en sí, porque significa que se igualan las personas por la menor de sus capacidades, no se les permite que se desarrollen. Es el síndrome de Procusto: cortar a uno las piernas para que todo el mundo mire lo mismo. Eso es un error de base. Si eso se incentiva, desmotiva a las sociedades y acaba empobreciendo intelectual y humanamente a todo aquel que lo practica. -¿Qué valores tiene que tener un buen líder? -El primero es la justicia. Hay que obrar correctamente, hay que obrar honestamente. La justicia significa tratar a todo el mundo con una serie de patrones que sean conocidos, aceptados por todos. Lo que no significa que todos deban ser tratados de la misma manera, porque ni todos tienen las mismas capacidades, ni las condiciones a las que están sometidos son las mismas. Otro rasgo fundamental es la templanza. Un líder tiene que ser templado, pero también tiene que ser audaz. -¿Nos faltan líderes en Europa en estos tiempos inciertos de crisis? ¿Y en España? -Hay líderes, pero no están justamente distribuidos. Creo que hay un principio que es que las sociedades necesitan élites. Por eso decía que el igualitarismo es perverso. Las élites son esas personas que sobresalen entre los demás por su talento, por su audacia, por su energía, por su capacidad y que nos sirven como referentes. Toda sociedad necesita referentes y nosotros los creamos. Sí, puede estar sucediendo lo que pregunta pues esos referentes no están situados donde más los necesitamos. -Vamos... que Nadal juega al tenis y no es político... -Ese es un símil muy claro. - ¿Y qué le falta a la política española para tener líderes con visión a largo plazo? -De la política española no voy a hablar, ni de líderes políticos ni de partidos. Necesitamos políticos de una talla como por ejemplo los padres fundadores de la UE. Gente como como Schuman, Adenauer, Spaak. Líderes capaces de ver mucho más allá de lo que tenemos delante. Necesitamos gente que sea capaz de concitar voluntades, que ilusione, que diga la verdad, que sepa explicar cuál es el sacrificio que es necesario asumir para poder alcanzar metas, porque no hay nada gratis y además que se rebaje un poco este ego sobredimensionado que existe con el yoísmo. Que se gobierne para las sociedades en su conjunto. -¿Es Zelenski ese líder ahora? -El presidente ucraniano es líder por accidente. Ha demostrado unas habilidades innatas como actor para ser capaz de desarrollar un papel de forma brillante. El liderazgo que está representando el presidente de Ucrania es el llamado heroico y en muchos casos carismático. Tiene riesgo: en ocasiones sobreactúa. En esa sobreactuación degrada un poco el principio del liderazgo, pero desde luego, en el momento en que aparece y de la forma en que lo hizo, fue providencial, porque supo galvanizar al ejército, a las fuerzas armadas ucranianas y a la población en torno a un ideal. Y eso es imparable. -¿Y el liderazgo de Putin? -Putin está ejerciendo una dirección tóxica, que es la propia de una autocracia. Utiliza el miedo como herramienta poderosísima. Decía Calígula: «Que me odien con tal de que me teman». Lo que pasa es que al final el resultado práctico es que su país va a acabar empobrecido siendo prácticamente un paria internacional, habiendo perdido una oportunidad de oro para integrarse en un modelo que él abiertamente ha desechado. -¿Qué líderes históricos se le vienen a la cabeza? -Mencionaría a Julio César, Alejandro Magno, Ciro, eisenhower. Nosotros tuvimos al Gran Capitán, don Gonzalo Fernández de Córdoba, que fue un paradigma de liderazgo en su tiempo: innovador, bueno, generoso y honrado. En los tiempos modernos, Adolfo Suárez fue capaz de generar ese modelo de entusiasmo. Tuvo carisma en la Transición. Felipe VI actúa también como un líder permanente: ejemplar, discreto, templado, prudente y valiente.
