Rashomon
No sabemos con certeza lo que pasa. Sólo lo que vivimos. Incluso el tiempo diluye detalles y lo que un día fue, quizá no fue así. Estar, ver, oír. Ni siquiera eso es suficiente garantía para fijar la verdad absoluta sobre lo que sucede. Lo que sucedió. Un día, en la primavera de Madrid, mí …
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No sabemos con certeza lo que pasa. Sólo lo que vivimos. Incluso el tiempo diluye detalles y lo que un día fue, quizá no fue así. Estar, ver, oír. Ni siquiera eso es suficiente garantía para fijar la verdad absoluta sobre lo que sucede. Lo que sucedió.
Un día, en la primavera de Madrid, mí tío Manuel me regaló Rashomon y otros relatos históricos, del japonés Ryūnosuke Akutagawa. Con cierto escepticismo, y sin una lectura clara en la cabeza, lo abrí y empecé a recorrer sus páginas. En ese libro hay un relato asombroso, mítico, que me era absolutamente desconocido. En el bosque. Leo que se publicó en enero de 1922, hace más de cien años.
Conocía la historia gracias a la película Rashomon, que rodó Akira Kurosawa en 1950. Para el guión empleó dos relatos de Ryūnosuke Akutagawa: Rashomon y En el bosque. Y este último es, en realidad, el que me cautiva y reviso con cierta cadencia.
El cuento es directo. Sin preámbulos. En un bosque se comete un asesinato. Siete testigos del crimen prestan declaración ante un oficial. Siete testimonios: un leñador, un monje budista, un famoso bandolero, la esposa del asesinado... Incluso el muerto declara.
Ni una sola intervención del narrador. Los testimonios hilvanan una historia que no resuelve el dilema: quién cometió el asesinato. No lo resuelve -y no es lo relevante- porque cada uno de los testigos cuenta un crimen diferente.
!['Rashomon y otros relatos históricos', de Akutagawa Ryunosuke. 'Rashomon y otros relatos históricos', de Akutagawa Ryunosuke.](https://www.republica.com/wp-content/uploads/2023/01/Rashomon-de-Akutagawa-Ryunosuke.jpg)
'Rashomon y otros relatos históricos', de Akutagawa Ryunosuke.
Las versiones
En el bosque es, en cierto sentido, la vida. Porque pone de manifiesto el sesgo con que cada uno observa, destila y analiza un hecho. Surgen las versiones, y todas pueden ser verdad. Aunque la verdad sólo sea una. Los hechos están por encima de las versiones, pero lo que transmitimos, en el día a día, en las conversaciones, suelen ser versiones, no hechos.
Más cuando lo que se impone en nuestro ser es la soberbia, la necesidad imperiosa, analgésica, de tener razón. El objetivo es irrelevante. Se trata de ganar frente al otro.
Hace años, en un programa de televisión, mostraron los resultados de un experimento que, si lo pensamos, podría ser la puesta en escena moderna de En el bosque. En un parque de una ciudad de Estados Unidos, a plena luz del día, una persona era asaltada. Testigos de lo ocurrido explicaban después qué había pasado. No había testimonios coincidentes. El robo se había producido a punta de pistola, dijo uno. Otro, que el ladrón llevaba un cuchillo. Seguro, la chaqueta era roja. No tengo la menor duda, el abrigo, largo, era negro. El hombre llevaba una gorra de lana y zapatillas blancas. Las botas de la mujer eran negras y en la cabeza vestía una gorra de los Yankees. Esto, al margen de los tintes racistas y clasistas de algunos testigos: era negro, era hispano, era un homeless...
En el bosque todos vieron lo ocurrido. Pero todos vieron lo ocurrido de una manera diferente. A su manera. Y a su manera lo transmitieron.
Esto ocurre hoy de forma permanente. Quizá por eso quienes antes eran fuente de hechos y hoy lo son de versiones ya no sirven. O sí, pero a su manera.
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