Un domingo así
Los domingos que no ocurre nada, esos son para mí. Domingos en los que ningún partido acusa de corrupción a otro, ni se descubren nuevos planetas –potencialmente habitables o no–. Domingos sin Putin, sin portavoces que lo vocean todo. Domingos en los que Shakira no le escribe canciones de amor o de desamor a Piqué y nadie gana la Champions League. Sábados y domingos sin titulares, sin una actualidad que se desborde y con la que no sabríamos qué hacer. Domingos de no acordarse ni de que existen los periódicos, ni mayo con elecciones, ni articulistas, ni horóscopos. Sólo anuncios por palabras. Y esquelas, que son mensajes de los que ya no tienen nada urgente que añadir. Un periódico escrito de arriba a abajo a base de crónicas atestiguando que no ha pasado nada urgente en España, que las ciudades siguen igual que ayer, que no se les ha movido ni una teja, ni se ha extraviado ningún gato. Que el pan salía recién hecho del horno de las panaderías, que se agotaron los croissants y que el resto de los comercios estaban cerrados. Que los turistas hablaban en inglés y que todavía quedan relojerías –pero no de esas donde se venden relojes, sino talleres donde los tienen desmembrados mientras pasa un tiempo del que no llevan la cuenta–. Floristerías, ultramarinos, negocios anacrónicos a los que la vista se nos ha acostumbrado y que en verdad son un milagro a estas alturas del siglo. Churrerías, quioscos viejos con los churros recién fritos en papel de estraza y no esos congelados que han invadido las cafeterías. Subió la marea y bajó con la puntualidad prevista. A las doce fueron las doce. Llovió las gotas exactas, ni una más ni una menos de las que tenía que llover y las olas estaban contadas. No hubo niños extraviados, ni divorcios dramáticos. A lo lejos dos novios que no saben que es domingo. Fue día de esos de tener novia formal, según Manuel Alcántara, pero eso puede esperar al lunes igual. Las plazas siguieron siendo cuadradas, y los árboles con las copas como recién salidos de la peluquería y las campanas de todas las iglesias y conventos y catedrales y espadañas sonaron al unísono y a la misma hora, como corresponde a un domingo y mañana que vuelvan a ir cinco minutos antes o después, cada una como le dé la gana. Hubo vermú. En ninguna casa se quemaron las lentejas y nadie se comió un pangolín. ¡Dame esos domingos en los que lo único que importa es que no ha pasado nada! Dame domingos, Señor, y líbrame de la ordinariez de la actualidad urgente. «Fue domingo todo el día», atestiguó una cofradía de notarios en procesión y qué domingo, dirán los periódicos mañana… Domingo y no pasó absolutamente nada.