Los laureles de Serafín Marín
El diestro catalán Serafín Marín no se rinde. Tiene mucho mérito mantener las ilusiones intactas y la muñeca a punto para mandar sobre las embestidas de un toro con temple. En esas está el torero de Montcada, que no se resigna a dejar pasar el tiempo y que su historia sea pasado. Han transcurrido dos décadas desde que tomará la alternativa en la Monumental barcelonesa, de sus primeros triunfos. Pasó de ser una promesa a una realidad, acarició los primeros lugares del escalafón en base a un toreo presidido por la templanza. Triunfó en muchas plazas, fue un torero que tuvo el reconocimiento de la afición de Las Ventas de Madrid. En la primera plaza del mundo dejó siempre el sello de un matador entregado que cuando citaba con la mano izquierda surgía la verdad del toreo al natural, sin importarle que el astado que tenía enfrente fuera un miura. Además, Serafín Marín asumió la responsabilidad de la defensa de la Fiesta en Cataluña. Hizo mucho, se jugó mucho, y perdió mucho en todo el proceso que llevó a la prohibición del Parlament. Los contratos fueron descendiendo, la lucha por torear se hizo cada vez más dura. Serafín Marín se mantuvo con fe cuando sus actuaciones llegaban cada vez más espaciadas. demasiado. Nunca volvió la cara, ante el desfallecimiento tenía la llave de su toreo, la verdad de sus naturales, largos, plenos de temple. El pasado domingo volvió a vestirse de luces en una modesta plaza de la provincia de Guadalajara, y allí volvió a encontrarse el de Montcada consigo mismo, con la fuerza necesaria para seguir adelante. Y de nuevo su mano izquierda para trazar el mejor toreo, el fundamental, el que le dio todo. Reverdecen los laureles de Serafín Marín. Frente a la desesperación, su muleta y la sensibilidad de su muñeca.