Manzanares y Talavante: el triunfo de dos toreros desatados
Volvería a pedir una hipoteca variable por haber visto la corrida junto a Juan Belmonte. A su mítico «el que quiera más que vuelva mañana», no es de extrañar que hubiese agregado «el que llegue tarde que no vuelva». Ya está bien de apurar tanto y pisar el patio de cuadrillas cuando los clarines ya deberían haberse afilado. Por megafonía se anunció que se retrasaba el festejo por el retraso de un torero. Que no era otro que Talavante. Una falta de respeto a sus compañeros y a los que pagan. Que se lo perdonaron todo cuando el extremeño, desatado, hizo crujir las contrabarreras y las 'nayas' a golpe de muñeca. Qué giro el suyo. Descomunal, de esos capaces de borrar todo lo anterior. Y mira que estuvo bien Manzanares . Pero lo de Alejandro, que volvió a ser Magno en unos naturales de antología, rozaba esa otra dimensión de los tocados por la varita de Dios, a tope de cobertura en el último. El hierro de Garcigrande llevaba. Anda que ha tardado mucho en aplicarse la fórmula ganadera del 3+3. O del 2+2+2. Primera corrida de figuras en plaza de primera y ahí la tienen: toros de Puerto de San Lorenzo, Domingo Hernández y Garcigrande. Visto cómo eran, daba pena pensar cómo hubiera sido una corrida completa sin combinar sangres como códigos de Dharma en los carteles. Pero eso es una cosa y otra enviar animales tan anovillados y de lavadas caras. El asunto de la presencia, que no es tema menor, se tamizó por las virtudes de tres ejemplares. Y pelillos a la mar, que su juego entregó la felicidad a dos figuras y al público. Talavante y Manzanares salen a hombros felices mikel ponce Uno de ellos fue el mencionado sexto. De lujo. Babieca se llamaba el honorable del campo charro. Hecho un poquito cuesta arriba, más fuerte, su boyante embestida era reducida cada vez más por Talavante. El toreo hecho lentitud. Con unos zurdazos superlativos, enganchado el toro a sus vuelos, acompasando cada movimiento, con el aliento cerca y no a lo lejos. Porque Talavante, sin cuajar faena redonda, regaló caricias diestras y se ajustó más que ninguno. Sonreía el de Badajoz en el vertical cambio de mano. Que fue brisa en aquel mar de genialidad. Cómo metía la cara Babieca en el intervalo genuflexo, tan sentido. Sonaron los «oles» más roncos. Ni Ceballos ni Nacho podían contenerlos desde el burladero. Se esperaba un final preciosista, acorde a la calidad del garcigrande, pero Talavante optó por el espectáculo del valor y las bernadinas. «¡Vamos, belloto!», le gritaba un paisano. «¡Vamos, fiscal, hasta el final!». Y el torero madridista –que en el otro había dejado apuntes de creatividad– enterró a Babieca la tizona que firmaba su salida a hombros. Feria de Fallas Plaza de toros de Valencia. Jueves, 16 de marzo de 2023. Quinta corrida. Casi lleno. Toros de Puerto de San Lorenzo (1º, manso y rajado, 3º, rajadito, y 5º, flojito pero de clase superior), Garcigrande (2º y 6º, extraordinarios) y Domingo Hernández (4º, descastadísimo), de justa presencia y lavadas caras. Sebastián Castella, de lila y plata. Pinchazo y otro hondo y caído (silencio). En el cuarto, estocada (silencio). José María Manzanares, de azul marino y oro. Espadazo (dos orejas). En el quinto, estocada caída (oreja). Alejandro Talavante, de crema y oro. Estocada rinconera (petición y saludos). En el sexto, estocada (dos orejas). Compartió la gloria con Manzanares, con imán taquillero en tierra mediterránea. Quiso toda la tarde, desde su expresivo prólogo por abajo al segundo. De locura el cambio de mano. Obedecía Alfarero al toque del alicantino, que no permitía que el de Garcigrande, de categoría, perdiera de vista la pantalla. Con esa ligazón de tiovivo que lo tapaba todo. Que conquistaba todo. Como los monumentales de pecho. Por ambas lados humillaba Alfarero. Qué profundidad. Porque si bueno era por el diestro, menudo era por el zurdo, por donde a José María le cuesta prodigarse más. El empaque que tanto cala se hallaba en el océano de su derecha. De un espadazo selló su exitosa obra. No se lo pensó mucho el palco, más rácano el día anterior con Ureña. Quería pero apenas podía el anovillado y flojito quinto, que guardaba una calidad exquisita. Menos encorsetado que otras veces, con un poso que cautivó, Manzanares le aplicó la medicina del temple y lo enredó con elegante estilo, aprovechando la superclase de Campanero. Los que pensaban que no iba a arriesgar un alamar con el triunfo ya asegurado se equivocaron. Porque su amor propio creció. Bienvenida sea esta ambición en su 20 aniversario. Leyenda de Belmonte Sobre la leyenda de Belmonte había gravitado la tarde. Desde el paseíllo, roto por la máxima figura que ha parido Francia. Era la reaparición española de Sebastián Castella y en el tendido se recordaba la anécdota del trianero. «Maestro, que voy a volver», le dijo uno. ¿Pero a ti he llamado alguien?, le respondió el Pasmo. Pues eso... No hay expresión que lo condense mejor en una época en la que lo que necesita el toreo es regeneración. Liso como una tabla de tan fino y con ese mechón grisáceo que denotaba el paso del tiempo, a Castella no le acompañó la suerte ni con la pintura primera ni con el simplón cuarto. Qué porquería de lote. Imposible montar así una revolución: al gallo le tocaron dos toros sin plumas. Todas se las llevaron Manzanares y Talavante, que volaron felices por la puerta grande tras desatarse en las Fallas.