Miguel Aguilar, el gozo de compartir libros
Hace veinte años, cuando estuvo «a punto de abandonar la profesión», como él mismo confiesa en un 'tuit', Claudio López Lamadrid le llevó a su lado para ponerle al frente de la línea dura de Random House Mondadori: sus catálogos de Taurus y Debate. Más tarde, cuando Claudio se marchó, él mismo heredó además la dirección de Literatura del grupo, que ya entonces se denominaba Penguin Random House. Hoy, Miguel Aguilar (Madrid, 1976) es uno de los editores con más responsabilidad de nuestro país. Noticias Relacionadas opinion Si Más que palabras Manuel Borrás, búsqueda del criterio editorial Carlos Aganzo estandar Si libros Carlos Aganzo, andar en la espesura del tiempo Diego Doncel Un editor que en su día fue un niño lector. Lector voraz. Como correspondía al hijo de un padre periodista de alcance y, sobre todo, de una madre dedicada en cuerpo y alma al periodismo cultural. Un niño raro al que sus abuelos no conseguían sacar de su habitación ni con salfumán, prendido como estaba en la lectura de los tres tomos de 'El señor de los anillos', en aquella Semana Santa de sus nueve años en Alicante. Es difícil saber si los editores, como los lectores o los escritores, nacen o se hacen. El caso es que cuando le tocó elegir estudios se marchó al Reino Unido de la Gran Bretaña, más concretamente a la Universidad de Hull , donde aprendió filosofía, política y economía, antes de conseguir un máster en política europea en la London School of Economics. Tal vez relaciones internacionales, tal vez incluso traducción (terminó vertiendo al castellano a George Orwell y a Cyril Connolly) ; pero en ningún caso periodismo. Así que con 23 años ya estaba trabajando en Tusquets. Con toda la riqueza que le podía ofrecer una editorial sencilla pero potente, donde podía hacer de todo. Años, dice, muy buenos. Y de un gran aprendizaje. En esto de publicar obras de pensamiento, es muy consciente de la necesidad del buen juicio de un editor Hoy, desde su experiencia, Miguel Aguilar sabe que hay un lector volátil que determina si una novela tiene éxito o si no lo tiene en absoluto, y otro más de fondo, de resistencia (eso que los economistas llaman de nicho), que es el que busca el ensayo o el libro de pensamiento. Un nicho, por cierto, en cuarto creciente. Las escuelas anglosajonas de la no ficción, dice, han sabido desde hace mucho tiempo conciliar el rigor académico y la calidad literaria. El modelo se ha extendido: Saviano, Preston, Harari, Irene Vallejo … Y el lector lo ha sabido valorar. En esto de publicar obras de pensamiento, Miguel Aguilar es muy consciente de la necesidad del buen juicio de un editor. En los territorios de la autocensura y la dictadura de lo políticamente correcto, los sellos que él dirige no están sujetos, dice, a la presión que sufre la literatura infantil. Él no es partidario, dicho sea de paso , de revisiones y manipulaciones como las de los textos de Roald Dahl, aunque advierte que los cuentos clásicos siempre han tenido versiones tremendamente edulcoradas. Pero sí piensa que el editor debe conocer muy bien los valores y principios de una sociedad para compartirlos, para fomentarlos… o para combatirlos. Por ejemplo, dice, ahora publica con mayor libertad libros que reflexionan sobre la necesidad o no de legalizar las drogas, algo que no se le habría ocurrido a finales de los setenta o principios de los ochenta, cuando los jóvenes españoles caían como moscas víctimas de la heroína. La crítica, incluso la crítica profunda, se hace siempre necesaria . Pero con conciencia. Lo que no se puede hacer, dice también, es «romper la cacharrería sin darte cuenta». Fascinación Pasados los años, ¿hay diferencia entre las lecturas de un lector sin más y las de un señor editor? Bastante. Leer ahora un libro para él es pensar en muchas otras cosas además del texto (portadas, diseño, tipos de letra, número de páginas, número de ejemplares…). Pero hay algo importante. Lo primero, que no ha perdido la capacidad de fascinación del texto por el texto. Lo segundo, que si ese texto que lees lo puedes convertir en un libro y compartirlo con miles de personas, y encima te pagan por ello, el gozo puede ser absoluto. En los tiempos en que él devoraba a Michael Ende o a JRR Tolkien, dice por último, había muchos libros y pocos cacharritos electrónicos. Ahora resulta que hay una infinidad de cacharritos… pero también una infinidad de libros. Y la experiencia traumática de algo tan terrible como la pandemia nos ha demostrado que, frente a tanta pantalla, el personal está por comprar, leer y hasta guardar libros en su casa. Que se lo pregunten, si no, a la fortuna de las ediciones en papel de los 'youtubers' y los 'instagramers 'de turno. O al éxito, entre los jóvenes, de autores que casi casi estaban descatalogados , como Sylvia Plath, Albert Camus o Emil Cioran. En medio de tanto impacto visual, al final parece que siempre hay un rato para los libros. Incluso que hay libros para rato. Pues eso.