“Ya no estamos para esas cosas” de la igualdad
En Corea del Sur se denomina despectivamente 'femi' a cualquier persona que hable sobre la discriminación de género o empoderamiento de las mujeres. 'Femi' equivale a un defecto, una marca. Las etiquetas son poderosas porque constituyen una forma de retórica que contribuye a los silencios. Probablemente, muchas chicas jóvenes del país hayan dejado de hablar de feminismo en público por no soportar el peso del distintivo. En antifeminismo se expande en Corea del Sur con epicentro en las instituciones. El pasado año, Yoon Suk-yeol aterrizó en el poder tras una campaña plagada de mensajes misóginos como la inexistencia de una desigualdad estructural basada en el género, pese a que todas las cifras demuestran lo contrario. Yoon llegó a culpar al feminismo de frustrar las relaciones saludables, incluso de bajar la natalidad. Y, también en campaña, amenazó con disolver el Ministerio de Igualdad cuando llegase a la presidencia porque se centraba en cuestiones que ya no eran necesarias.
La pasada semana, Alberto Núñez Feijóo dijo durante una entrevista en Onda Cero que si llega al Gobierno suprimirá el Ministerio de Igualdad porque "ya no estamos para esas cosas". El feminismo ha sido, durante mucho tiempo, un antídoto poderoso contra la culpa, el miedo y la vergüenza. Sin embargo, los últimos años, en consonancia con la llegada de los marcos discursivos de la ultraderecha, el feminismo es ya visto como el veneno, en lugar del antídoto. Y ese es precisamente el objetivo de las contracampañas feministas: generar un nuevo cuadro emocional que convierte la causa en algo ridículo, desfasado y aburrido.
Pero claro, los marcos emocionales y la realidad se mueven en caminos completamente diferentes. La pasada semana, los Mossos D’Esquadra revelaban estar investigando hasta ocho agresiones sexuales protagonizadas por menores en Badalona, en Barcelona. Ocho agresiones sexuales múltiples protagonizadas por menores en un misma localidad. Los Mossos ya han identificado hasta a 21 implicados en esas agresiones, 13 de los cuales son menores de 14 años. Todos estos chavales actúan en manadas, se protegen los unos a los otros, se sienten legitimados y validados por la autoafirmación grupal. Prueba de ello es que algunas de las agresiones fueron grabadas, distribuidas, compartidas, vistas y vueltas a ver por unos y otros, como si de un vídeo de nutrias chapoteando en el agua se tratase.
Ayer mismo, Cornellà de Llobregat se despertaba con lo que se investiga como otro crimen machista. Un hombre de 34 años asesinaba presuntamente a su pareja, de 39, delante de su hijo de dos años que estaba en el piso que compartían. En Oia, Galicia, moría hace una semana una mujer de 44 años, Ana Vanesa S.P, asesinada por su expareja, un guardia civil sobre el que pesaba una orden de alejamiento de 300 metros. Los agentes habían tenido que intervenir hasta en 56 ocasiones previamente para protegerla.
Mientras todo esto sigue pasando, crece la idea de que el feminismo es una cuestión decadente, como Norma Desmond en El crepúsculo de los dioses; crece la idea de que ya hemos tenido demasiado de esto. ‘Demasiado’ es un adjetivo con el que hemos convivido todas las mujeres a lo largo de nuestras vidas. Eres demasiado vehemente, demasiado expresiva, demasiado emocional, demasiado exagerada, demasiado intensa, vas demasiado corta, demasiado escotada, demasiado provocativa, demasiado recatada, demasiado guarra, demasiado frígida. Ahora el feminismo es demasiado para algunos. La causa y nuestras reivindicaciones son demasiado. Ahora lo grave es que apostar por el antifeminismo, aunque no sea de forma explícita, es una estrategia política ganadora.