El cielo pudo esperar y esperó y no esperó a su forma y a su modo. Aun con el frío, dejó que Madrid respirase algo, un resquicio, de Semana Santa espíritu cofrade. Lo que en el Domingo de Ramos fue polvo del desierto, el Martes Santo fue nieve y el Miércoles ya incertidumbre de esas que desesperan a los hermanos mayores. De las que hay que tomar una decisión, que ya dijo el sabio que la fortuna favorece a los audaces. El pueblo de Madrid precisaba su dosis de nazarenos con vocación hispalense, y la noche, negra como boca de lobo, se la regaló jibarizada. El momento exacto en que, más que un reloj, lo que él cofrade se miraba,...
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