Un formidable petardo se consumó cuando arrastraban al último toro del Parralejo. Nada que ver tuvo con la interesante corrida lidiada en la Feria de Abril, ni tampoco salió un Oloroso. De bochornosa mediocridad el sexteto, cinqueño, feo y viejuno, desigual de hechuras, pero con un denominador común en el juego: desbravada al completo, superó cualquier expectativa decepcionante. Premio al mal gusto para el que la eligió, con esa nula armonía en cuerpo y cara. Nada más salir el primero, la tónica quedó patente: dechados de belleza no íbamos a ver, ni tampoco bravas las embestidas. Cual toro corraleado escarbó, manso, frenado y con las manos por delante. Ni ver quería el peto, pero tras salir de najas, se durmió...
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