Violentas protestas en Haití tras la muerte de seis policías a manos de pandilleros
Si el Estado pierde el monopolio de la violencia, la violencia no desaparece, sino que cae en otras manos deseosas de utilizarla para sus propios fines. Un buen ejemplo es Haití, donde seis policías fueron asesinados el jueves por pandilleros en la localidad de Liancourt, en el centro del país, en el último episodio de un problema que no para de crecer desde hace un lustro y que se ha cobrado catorce vidas desde enero. Fruto del cansancio de la población -acosada por la pobreza, las catástrofes naturales, la inestabilidad política y la fragilidad crónica del Estado-, policías vestidos de civiles y simples ciudadanos se lanzaron este viernes a las calles para protestar, protagonizando choques violentos y levantando barricadas en la capital y otras localidades. Según el relato realizado a una radio local por el policía Jean Bruce Myrtil, sus compañeros fueron asesinados con una violencia brutal. El ataque se produjo en una subcomisaría, donde los agentes tuvieron que resistir el hostigamiento de los pandilleros hasta en tres ocasiones, siendo finalmente superados por los integrantes de las bandas. Dos policías murieron durante el último asalto, y los otros cuatro, que habían resultado previamente heridos y recibían atención médica en una clínica, fueron sacados a la calle y rematados sin contemplaciones. Agotamiento social Tras el suceso, la ira ciudadana se dirigió el viernes contra el primer ministro del país, Ariel Henry, y más en concreto contra su residencia oficial, que fue asaltada; después, contra el aeropuerto Toussaint Louverture , en una serie de disturbios destinados contra el mandatario, que regresaba en avión de un viaje a Argentina, y que también provocaron interrupciones del tráfico aéreo. Según fuentes consultadas por Reuters, Henry se quedó atrapado en las instalaciones debido a la marejada de descontento que le rodeaba. Como explica un informe de Global Initiative, el fenómeno de las pandillas no ha parado de reproducirse en Haití durante los últimos cinco años, pues la debilidad del Estado y las sucesivas crisis han permitido su florecimiento. Las bandas desean «ampliar su control sobre la administración pública, los territorios económicos estratégicos y la población», propósitos que satisfacen con violencia. Para una ciudadanía con pocas expectativas, esos grupos a menudo se convierten en vías de escape; algunos incluso cuentan con listas de espera de candidatos.