Se cumplen hoy tres años exactos de la retransmisión en diferido y en espiral de la persecución de la que fue víctima un servidor, una cacería televisiva cuya moviola puede servir, más allá del despecho personal, para entender los mecanismos del sensacionalismo de fábrica y la comercialización al por mayor de la mentira. La farsa, reconstruida desde la subjetividad de quien la padeció en sus carnes audiovisuales y sin pixelar, es más o menos la siguiente.
Acto primero. Un grupo de vecinos queda para dar una vuelta y aprovechar el primer respiro callejero que da el estado de excepción decretado a las bravas inconstitucionales por el Gobierno. En su recorrido por un Madrid sin locales de ocio, cerrados por orden gubernativa,...
Ver Más