A muchos la cruel naturaleza nos negó el don del baile cuando la fiebre del sábado noche y buscamos refugio hacia las barras como Tancredos de codo apoyado en singular ángulo. Quizá por eso, al batallón de torpes arrítmicos, el baile nos asombra y jamás podremos apreciar su magia cavernícola, tribal, artística, casi sagrada gracias a esa reverberación como de tam-tam antañón que desprende. Creía uno que bailar era asunto juvenil hasta que en Benidorm los mayores se contonearon gozosos al son de 'Los pajaritos'. Y creía uno que la pista de la discoteca era el reino de los Travoltas de barrio hasta que irrumpió la campaña electoral. Uno siempre cree algo pero luego se equivoca. Ignoro cuándo el baile...
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