Lo sublime y lo intenso
El director grecorruso Teodor Currentzis no se lo pone fácil a nadie. No nos lo pone fácil a los críticos ni al público en general, ya que tenemos que ir dispuestos a dejarnos sorprender sin demasiados apriorismos . Ni a sus músicos, que lo dan todo en cada concierto. Seguramente incluso se lo pone difícil a los propios compositores, que de repente ven como hace una radiografía de sus partituras para escudriñar batuta en mano hasta el más aparentemente nimio de los detalles que ahí aparecen. Su instinto musical es tan diferente, a menudo tan alejado de lo que llamaríamos 'cordura', que noquea a todo el que intente entender qué sucede en esa simbiosis entre él y su orquesta. Guste más o guste menos —y en contra de lo que pueda pensarse, el gusto personal de un crítico debería quedar al margen del análisis que haga—, hay que reconocerle el mérito de hacer las cosas a su manera , aun a riesgo de no acertar siempre. Música Clásica Lo sublime y lo intenso Música: R. Strauss, Tchaikovsky, Mahler. Intérpretes: MusicAeterna. T. Currentzis, director. Fecha: 14 y 15 de mayo. Lugar: Palau de la Música (Palau100) y L'Auditori (Ibercamera), Barcelona. 3 En su doble visita a Barcelona (recaló el domingo en el Palau y el lunes en L'Auditori), el músico dio buena cuenta de las luces y las sombras de su estilo. En el recinto modernista, sacó las sombras. Las expectativas eran altas: si Currentzis logra lo que logra cuando interpreta Mozart, ¿qué no hará con una partitura llena de matices como la 'Metamorfosis' de Strauss? Pues bien, lo que hizo fue transmitir una intensidad emocional tan elevada desde el primer instante que al cabo de unos minutos parecía que no podía llegar más alto. Y así fue: una lectura de máximos, pero llana en el fondo, negando el ritmo propio de la partitura para instalarse en un clímax rotundo de cerca de media hora, con un 'legato' contínuo sin prácticamente articulación de las frases. Las delicadísimas líneas planteadas por Strauss quedaron sepultadas unas sobre otras, creando un magma sonoro que, de tanto querer emocionar, no emocionaba. Algo similar sucedió con la 'Patética' de Tchaikovsky. La permanente sobreactuación del director y el exceso de decibelios lleva a la orquesta a perder el hilo de una narrativa que debería generar emoción y que, aun generándola, acaba agotando al oído más sensible. Curiosamente, es algo que no ocurre al escuchar la grabación que hizo de esta misma obra, en la que logra arrojar nueva luz sobre ella sin saturarla. Ambas piezas, con todo, dejaron entrever una manera de hacer música especial, en la que todos y cada uno de los miembros de la orquesta —todos ellos excelentes músicos de un nivel impresionante, empezando por la concertino y con mención especial para el clarinete— parecen estar conectados entre ellos y el director. Esa fue, precisamente, la clave de la fascinante Novena de Mahler que ofreció el lunes en L'Auditori. Ahí sí, tanto la acústica del recinto como la opulencia intrínseca de la partitura fueron como anillo al dedo para una versión llena de contrastes, de juegos tímbricos con un compositor que es el rey de ese terreno, y donde la orquesta fue una verdadera maquinaria de crear emociones. A veces, cierto, perdiendo el hilo —no hay revolución sin alguna que otra víctima—, pero creando clímax y anticlímax, poniendo de relieve no solamente lo intenso sino también lo sublime de esa obra. Los 'pianissimi' del final del último movimiento, una despedida del mundo en toda regla, fueron sobrecogedores .