A punto de cumplir cien años, Henry Kissinger sigue produciendo sensaciones encontradas. Admiración por sus grandes logros diplomáticos. Pero también repugnancia por algunos de los peores crímenes cometidos en el contexto de la Guerra Fría. En mi caso, Big K me produce una poco disimulada envidia por su músculo intelectual y su capacidad de síntesis. No hay más que leer una sola de sus páginas sobre, por ejemplo, la revolución francesa y ahí está todo. Judío nacido en Alemania el 27 de mayo de 1923, su familia se mudó a Nueva York huyendo de la persecución nazi. Para comprender su realismo ideológico, Kissinger ha explicado que lo que más le gustaba de Manhattan era cruzar la calle sin preocupación, sin...
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