Con el calor, las terrazas, la piscina y las verbenas llegaban también los chicos de fuera. Un amigo nos advertía siempre: «Donde paséis el verano, pasaréis el invierno». Nos daba la risa, porque aprendimos pronto que la chispa del verano no eran los otros, al menos no sólo los otros, sino también nosotras. Callábamos ante el aviso, o consejo, y hacíamos como si no supiéramos lo que engaña el sueño del recreo eterno, como si no conociéramos la falsedad de las promesas enhebradas en un concierto o las cinceladas sobre las moldeables noches de julio. Hacíamos como que nosotras no las pronunciábamos también, sabedoras de que el verano está ahí para jugarlo, para bailarlo . Como la felicidad misma, que...
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