Google ha dado un paso más en el progreso de la inteligencia artificial. La compañía de Mountain View está desarrollando una herramienta llamada Genesis destinada a la elaboración de noticias. Esta nueva plataforma ha sido mostrada a algunos de los principales medios de comunicación estadounidenses como 'The New York Times', 'The Wall Street Journal' o 'The Washington Post' y se ofrece como un recurso útil para los profesionales de la comunicación. En principio, Genesis cumpliría una función instrumental y no aspiraría a sustituir al factor humano en la elaboración de noticias. Sin embargo, uno de los riesgos de la inteligencia artificial generativa es que las consecuencias que de ella se derivan no siempre son previsibles y que, en el peor de los casos, pueden acabar emancipándose de sus objetivos originales. Un rasgo esencial de las democracias liberales es la necesidad de limitar todas las formas del poder. En lo que atañe al Estado, esa limitación viene garantizada por la separación de poderes. En lo relativo a los medios de comunicación, informalmente concebidos como un cuarto poder, el pluralismo político protegido por nuestra Constitución y el control recíproco que ejercen los medios entre sí es la mejor garantía para evitar que puedan darse dominios monopolísticos o más o menos absolutos. El desarrollo tecnológico de la inteligencia artificial en el ámbito informativo entraña no pocas amenazas. Por este motivo, introducir de forma incontrolada un instrumento que puede acabar determinando el modo en el que se describen globalmente los hechos y se construyen las noticias es un riesgo que hay que ponderar con extraordinaria cautela. Un algoritmo, por definición, es inimputable y los estándares de credibilidad o pluralidad podrían acabarse deteriorando si le concedemos a las máquinas un mayor protagonismo en la elaboración de titulares o estilos de redacción. La leal cooperación entre los medios, las tecnológicas y el regulador, salvaguardando todas garantías democráticas, es la única posibilidad realista y prudente a la hora de introducir instrumentos de inteligencia artificial en el contexto mediático. Las plataformas digitales se han convertido en un reto enormemente complejo para los expertos en competencia. Hay una serie de áreas donde estas empresas se comportan como monopolios, pero a la hora de establecer limitaciones surgen problemas prácticos que no aparecían cuando se trataba de dividir un imperio ferroviario, un monopolio telefónico o un banco. Por ejemplo, Google es un cuasimonopolio en Occidente, pero en el mercado chino o en el indio no tiene esa misma condición. Esta falta de homogeneidad es cierta, pero también lo es que gran parte del negocio de las plataformas con los datos de usuarios permanece en la oscuridad. Los algoritmos no son todo lo transparentes que sería deseable y este es otro aspecto que limita la acción del Derecho de la Competencia. Si los expertos económicos y jurídicos no han sido capaces de generar un modelo de actuación respecto de las plataformas convencionales, sería muy imprudente encomendar nuevas tareas a los nuevos servicios de inteligencia artificial que tengan efectos no evidentes a primera vista y que puedan suponer un riesgo para la integridad del mercado informativo y de los regímenes de opinión. En lo que atañe a la construcción de la opinión pública y al establecimiento veraz de unos hechos compartidos, deben extremarse todos los estándares de control y exigencia para proteger la inalienable soberanía de los ciudadanos a la hora de informarse así como la autonomía, y la responsabilidad que de ella se deriva de los medios de comunicación.