Declararon la cuarentena y el estado de alarma en marzo de 2020. Para quienes no la habían escogido o ni siquiera la deseaban, la soledad se convirtió en una asfixia. Encerrados con hijos y parejas de pronto aborrecibles, arrojados al silencio de uno mismo, muchos se asomaron a sus ventanas. A las ocho de la tarde, en una convocatoria instintiva y carcelaria, las personas aplaudían en la oscuridad. Eran apenas siluetas asomadas a los balcones. No había rostros, sólo sombras. El estruendo de sus palmas al chocar hacía pensar que afuera jarreaba. Cada quien, en su casa; cada quien, en su jaula, aplaudiendo. Cuando llegó el cambio de hora de verano, los aplaudidores adquirieron rostro y aspecto. Al fin podían...
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