Madrid, el sábado, era una fiesta. Como si España hubiese ganado algo –un mundial o Roland Garros, que es únicamente cuando la izquierda tolera que las calles se llenen de banderas– en vez de haber perdido la categoría de país serio. Esa categoría que no nos la daba pertenecer a la zona euro, ni siquiera la Unión Europea, sino que se la habían concedido los españoles a sí mismos yendo de la ley a la ley y combatiendo la cobardía de los asesinos que intentaban acabar con la democracia por la espalda con todo el peso del Código Penal. Madrid, digo, era una fiesta y había padres con críos, hipsters, millennials, pensionistas, señoras de toda la vida que llevaban la...
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