Pocos públicos hay tan veletas como el de los toros: los mismos que un día encumbran a un torero se la juran para la próxima. Y viceversa. A Roca Rey le tocó sufrir la hostilidad de Sevilla en la victorinada. De los tendidos y de la banda, que ayer sopló pronto trompetas. No le quedó otra con la volcánica apertura de rodillas. Hasta ponerse en pie mientras flotaba en un molinete engarzado a uno de pecho, que los abrocha con una redondez suprema. Como el toro se movía con bravo son, a la gente se le olvidó pronto su anovillada presencia –qué feota y poco sevillana la corrida de Victoriano–. Y desde el saludo capotero, el más rematado en la...
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