Harmen Simons: Lecciones duras
Hablando de 2020 es imposible ignorar el tema de la pandemia. Sé que ya se habló mucho del virus y su impacto, pero creo que es importante enfatizar algunos puntos aquí. Al fin y al cabo, lo mínimo que podemos hacer es tratar de aprender de esta—y cualquier otra—crisis.
En 2019, antes de que el mundo siquiera había escuchado del Covid-19, varios informes destacaron el hecho que los sistemas de salud de ningún país en el mundo estaban preparados para una epidemia o pandemia, ni para sus impactos sociales y económicos. Un año después ya quedó demostrado contundentemente, aunque, ciertamente algunos países manejaron la crisis mejor que otros. Lo sorprendente es que no hace mucho hubo señales de alerta—SARS, MERS, Influenza “Gripe” Porcino, Ébola, entre otras—que evidenciaron la posibilidad real de algo peor.
Evidentemente, diseñar estrategias de prevención o, más pertinente en este caso, establecer planes de contingencia podría haber reducido el impacto de esta emergencia, si no en términos económicos por lo menos en cuanto al número de víctimas. Afirmarlo pareciera redundante, pero es importante reconocerlo explícitamente ya que la probabilidad de futuras epidemias se está incrementando en todo el mundo. Esto, entre otras cosas, debido a la pérdida de hábitats resultando en contactos más frecuentes e intensos entre humanos y animales facilitando así la transmisión de nuevas enfermedades. Las mutaciones de virus ya conocidas (“gripe aviar”, por ejemplo) y la interconectividad global también contribuyen a dicho riesgo.
Como nota positiva se puede destacar el hecho que el mundo respondió en tiempo récord con vacunas novedosas cuyo proceso de elaboración posiblemente se puede repetir para futuros eventos de éste índole. Sin embargo, esto no debe resultar en complacencia. Hemos sido testigo de cómo varios factores socavan una respuesta ágil y contundente, entre los cuales vale destacar:
1. Teorías de conspiración, “fake news” y pseudociencia que han resultado en una gran desconfianza con respecto a las vacunas e, igualmente nocivo, han promovido medicinas y terapias en el mejor de los casos inefectivas y en el peor, mortales;
2. Una cultura de automedicación y de medicina casera tampoco ayuda a combatir la crisis, sobre todo por el hecho que tiende a postergar la búsqueda de ayuda profesional oportuna;
3. Grandes grupos de personas siguen—aún a estas alturas—rechazando medidas simples pero efectivas como portar cubrebocas y evitar conglomeraciones, prolongando así el sufrimiento social y económico del país;
4. Además, dado el hecho que cada enfermedad infecciosa nueva conlleva una curva de aprendizaje antes de tener vacunas, terapias o medicinas efectivas, son precisamente esas medidas sencillas que nos den el tiempo de evitar sobrecargar los sistemas de salud que ya de por sí estaban agobiados por enfermedades crónicas y degenerativas—algunas de las cuales ahora se etiquetan como comorbilidades.
Todo esto me lleva a insistir sobre lo siguiente: Sabemos que el invertir tiempo y recursos en la prevención y planes de contingencia (que incluyen preparación logística, protocoles de coordinación y de comunicación), así como el establecer fondos de emergencia, conduce a respuestas más efectivas ante amenazas potenciales. En otras palabras, una estrategia que combina prevención y control de daños da mejores resultados que “apagar incendios”. Sin embargo, al existir un vínculo indirecto entre los costos inmediatos y los beneficios futuros—a menudo dispersos en tiempo y espacio—hay mucha presión de privilegiar los problemas du jour por encima de posibles eventos futuros con un impacto potencial mucho mayor. Pandemias, inundaciones (Tabasco), sequías (norte del país) y otros efectos relacionados con el cambio climático entren en esta categoría, así como las consecuencias del envejecimiento poblacional.
Con respecto a este último punto, en otro artículo de opinión lancé la pregunta, “¿Es realista esperar que los gobernantes logren vencer las presiones políticas de corto plazo y que establezcan las bases de un sistema cuyos beneficios trasciendan su gestión?” ¡Sin embargo, también urge reconocer nuestra responsabilidad a nivel individual de cuidar nuestra salud y la de los demás, de colaborar en lo que podemos con las autoridades y prepararnos en los tiempos buenos para los “días lluviosos” que inevitablemente vendrán!
El autor es profesor del Departamento Académico de Contabilidad y Finanzas del Tecnológico de Monterrey.
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