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Estas tres mujeres son las únicas francotiradoras de Costa Rica

Estas tres mujeres son las únicas francotiradoras de Costa Rica

Las oficiales Ramírez, Vargas y Porras forman parte del Servicio Nacional de Guardacostas. Tras pasar por un riguroso programa de entrenamiento de la Infantería de Marina colombiana, hoy son las únicas francotiradoras de nuestra policía.

La regla es clara: solo se debe de gastar una munición en un blanco. No hay más opción. El francotirador se caracteriza por su frialdad a la hora de hacer su trabajo. Son tiradores de élite, expertos en camuflaje, sigilosos, perfeccionistas. Con su uniforme de fatiga y cargando impresionantes armamentos, así es como el cine y la televisión los han colocado en el imaginario, pero en este caso la realidad no se aleja mucho de la ficción.

En países con ejército son soldados que no solo necesitan tener una buena puntería, sino realizar un entrenamiento físico y mental especializado. La práctica en el manejo de armas de alto calibre es indispensable, así como el adiestramiento en supervivencia, situaciones extremas y ambientes hostiles. Pero estas destrezas de los francotiradores no son exclusivas al género masculino, como bien demuestran estas tres mujeres costarricenses.

La oficial Porras vive en Turrialba con su madre.  Ella proviene de una familia humilde de cogedores de café.

Con alma de trailera: la mujer que domina los camiones pesados en el puerto de Caldera

Las oficiales Ramírez, Vargas y Porras son policías. Ellas están destacadas en el Servicio Nacional de Guardacostas de nuestro país y trabajan en las estaciones de Quepos, Caldera y Limón, respectivamente. En sus trabajos como oficiales de policía, sobresalen por algo poco común: son las únicas tres mujeres en Costa Rica certificadas como francotiradoras, especialidad que en nuestro país también es conocida como tiradoras de precisión.

Ellas recibieron, junto a varios compañeros del Ministerio de Seguridad Pública, cursos especializados en francotiro, impartidos por la Infantería Marina de la Armada de Colombia. Fueron elegidas por sus habilidades, pero también por el compromiso que tienen con su labor policial, con la protección no solo de nuestras costas en contra del narcotráfico, sino también por su labor en protección del medio ambiente.

“El reclutamiento para este tipo de especialidades es voluntario. Se determina un perfil de buena conducta y disciplina, así como uno psicológico. Tienen muy buena condición física porque operan solos y solas en las montañas, no en grupo. Además se busca que tengan muy buena resistencia”, explicó el coronel Martín Arias Araya, director general del Servicio Nacional de Guardacostas, quien también tiene el puesto de viceministro de Unidades Especiales.

“Para esta especialidad las mujeres son más frías, más calculadoras. Hay algo natural en la mujer y es que tienen mejor precisión que el hombre”

Coronel Martín Arias, director general del Servicio Nacional de Guardacostas

El coronel Arias explicó que los cursos de entrenamiento son muy pesados y duran aproximadamente cuatro meses.

El equipamiento que utilizan es especial: son fusiles alemanes Sig Sauer 716 hechos para francotiradores profesionales, los mismos que se están usando en Ucrania frente a la invasión rusa.

¿Para qué se prepara una oficial de policía costarricense como francotiradora? Según explicó Arias, en nuestro país estas policías especiales estarán a la orden cuando sea necesaria su intervención ante una situación de crisis o una amenaza a la seguridad nacional.

Sin embargo, las oficiales aplican sus conocimientos en su día a día. En la parte práctica, por ejemplo, los tiros que hacen las francotiradoras apuntan a los motores de las lanchas del narcotráfico, ya que por el tipo de calibre del fusil, se inhabilitan fácilmente las máquinas de las embarcaciones.

Romper barreras

Ramírez, Vargas y Porras recibieron su entrenamiento en montañas. Se enfrentaron a obstáculos extremos que pusieron a prueba sus destrezas físicas. Fueron expuestas a situaciones que llevaron su estabilidad mental al límite. Las atacaron las garrapatas, sufrieron golpes en su cuerpo. Las castigaron cuando no cumplieron con las metas impuestas. Todo esto desde su condición de mujeres, pero no por ello las trataban diferente; en el entrenamiento todos eran iguales.

Entre las habilidades que aprendieron las francotiradoras en sus cursos destaca la creación de los trajes de camuflaje para mimetizarse con el entorno.

Ramírez tiene 29 años. Es oriunda de Puntarenas y trabaja en de guardacostas desde hace siete años. En Quepos realiza funciones de marinera, es también jefa en misiones de patrullaje: ella es la persona que va a cargo de la embarcación durante las misiones.

Cuando se le presentó la oportunidad de llevar el primer curso, que a la postre la certificaría como francotiradora, se sintió muy emocionada porque asegura que la profesión que ejerce la apasiona. Fue un capitán quien la invitó a ser parte del entrenamiento.

En ese momento la preparación era un curso de puntería básica impartido por los colombianos. “Estaba relativamente nueva, tenía como un año y medio de trabajar. Me puse muy nerviosa, pero no iba a dejar pasar la oportunidad. El curso fue muy duro porque los colombianos tienen una ideología muy militar”, recordó esta policía, quien además de su trabajo como marinera, también es instructora de uso y manejo de armas y polígono virtual.

No nos tenemos que comparar con los hombres porque no hay una profesión definida para un género en especial”

Oficial Vargas

Vargas y Ramírez fueron compañeras desde entonces. Juntas recibieron las demás clases y años después les entregaron el título que las acredita como francotiradoras. Pero no hubo nada fácil en su camino.

En sus vidas como oficiales de policía, Ramírez, Vargas y Porras han visto actuar al machismo. Aseguran que siempre hay excepciones y que la mayoría de sus compañeros las tratan con el respeto que se le merece a un igual, pero que en muchas ocasiones han sido minimizadas o excluidas por ser mujeres, pese a tener el mismo entrenamiento (o más, en sus casos) que sus colegas varones.

“No se puede ocultar el sol con un dedo: hay muchos compañeros -no generalizo- que traen el machismo muy marcado. En mi caso trato de seguir adelante porque sé de mi capacidad y no tengo por qué menospreciarla. En mi trabajo demuestro lo profesional que soy, y que soy una mujer decidida que puedo realizar las tareas igual que un hombre”, explicó Ramírez.

Ramírez contó que ha realizado diferentes cursos, además del de francotiro, y que cuando viste su uniforme blanco se siente muy orgullosa de mostrar los pines que ha ganado con el estudio.

Vargas tiene 32 años, es de Limón y trabaja en la guardacostas, pero no precisamente en el agua, aunque también participa de algunas misiones. Su labor es más bien en tierra: ella pertenece al departamento ambiental desde el 2019.

En sus labores diarias está vigilante para evitar la tala y la pesca ilegal, se ocupa de la protección de la tortuga marina (en altamar, para cuidarlas del arponeo) y del control de narcotráfico; entre otras funciones.

Curiosamente Vargas no sabía nada sobre el servicio de guardacostas y fue un amigo suyo quien la convenció de ingresar mientras estudiaba Investigación criminal en el Colegio Universitario de Cartago (después se especializó con una licenciatura en Criminología de la Universidad Estatal a Distancia). “Como mujer es muchas veces retador porque depende del compañero con el que te toque trabajar. Ahora la mayoría nos ve como un igual, en mi trabajo es así. Se sienten muy tranquilos, hay mucho respeto; sin embargo sé de algunas compañeras que han recibido un trato diferente por ser mujeres”, dijo.

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Su llegada a los cursos de francotiro se dio también por una recomendación y ella no dudó ni un segundo para aceptarla.

Ramírez y Vargas estuvieron juntas en las clases. Los equipos de trabajo debían de ser de dos personas (un tirador y un observador), pero al inicio del curso estas mujeres se toparon con una sorpresa: a ellas les asignaron un tercer compañero. “Nos preguntaron si estábamos seguras de trabajar juntas, les dijimos que sí, pero nos respondieron que nosotras íbamos a tener un compañero varón, que íbamos a ser un grupo de tres”, recordó Ramírez.

Ellas y su compañero hicieron buena química y se turnaban para ocupar los dos puestos.

El caso de Porras, de 28 años, es un poco diferente. Ella trabajaba en un restaurante de comida rápida en su natal Turrialba. “Soy de una zona cafetalera y campesina. Donde vivo no se sabe mucho de guardacostas, allá creen que somos guardaparques y yo en aquellos años tampoco tenía la mínima idea”, contó.

La oficial Vargas ha aplicado sus conocimientos en su labor diaria.  Afirma que ahora es mucho más observadora y meticulosa.

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Fue hace unos años que hubo un desfile en Turrialba donde las diferentes policías del Ministerio de Seguridad desfilaron y ahí Porras se impresionó con el porte y la prestancia de los guardacostas. Su curiosidad fue tanta que averiguó y al final terminó siendo una más. En mayo cumple cinco años de ejercicio.

Ella, en Caldera, trabaja en contra del narcotráfico y también en otras labores de reconocimiento en el mar. “Hay pocas mujeres en la estación donde estoy. En mi escuadra solamente hay una compañera que trabaja en las radios, en la otra escuadra hay dos. En el grupo donde yo estoy soy la única mujer en una unidad de tipo operativa”, explicó.

Cuando fue elegida para ingresar al curso de francotiro, Porras estaba muy nerviosa; sin embargo, dejó cualquier miedo de lado y destacó.

Habilidades y cualidades

Las tres oficiales concuerdan en que los entrenamientos de francotiro han sido los más exigentes que han tenido en sus carreras.

"No es solo ir a disparar, hay que aplicar las fórmulas para medir las distancias, hacer camuflaje y también aplicar técnicas de combate”

Oficial Ramírez

Ramírez recordó el peso físico y mental que se vive en los cursos. “Hay que andar en la montaña en el día y en la noche cargando armas y municiones. Hay que hacer puestos de observación avanzada, cálculos y fórmulas. No es solo ir a disparar, hay que aplicar las fórmulas para medir las distancias, hacer camuflaje y también aplicar técnicas de combate”, afirmó.

Uno de los entrenamientos lo recibieron en una montaña en Buenos Aires de Puntarenas. Ahí pasaron de lunes a viernes durante cuatro meses. No había agua, ni luz, ni baños o servicios sanitarios. Tenían que caminar dos kilómetros para ir a comer y después regresar esa misma distancia a pie para seguir con su entrenamiento.

Los fines de semana regresaban a sus casas, casi que solo a bañarse, comer e hidratarse bien y tratar de dormir lo más que pudieran para recuperar fuerzas y así volver el lunes siguiente a la montaña.

Además de las exigencias de la preparación, había también una situación que les generaba mucho estrés: si fallaban alguna de las pruebas, las sacarían el curso. Una vez más, como los francotiradores, no se permitía errar.

Por lo general el trabajo de francotiradores se hace en duplas: un tirador y un observador.

En los cursos también aprendieron sobre mimetismo, a coser sus propios trajes de camuflaje, a hacer tiros efectivos a distancia y tiros a blancos en movimiento. “Sí, es como se ve en las películas”, afirmó Porras.

“Nos dejaban en el mar y había dos oficiales colombianos en un sector. Nosotras teníamos que llegar a cierto punto para hacer el tiro de salva sin ser detectadas. Si hacíamos tres tiros positivos sin que nos vieran, pasábamos la prueba”, recordó la oficial.

Codos y rodillas raspados por arrastrarse, a veces, hasta un kilómetro de distancia. Orinar entre la maleza en frente de los compañeros. Entrenar con la menstruación y con las molestias físicas que esta puede presentar, e incluso sin cubrir las necesidades básicas de aseo que necesita una mujer durante su periodo; y así otras más experiencias extremas fueron las que vivieron estas oficiales.

Las oficiales Ramírez, Vargas y Porras son policías. Ellas están destacadas en el Servicio Nacional de Guardacostas de nuestro país, trabajan en las estaciones de Quepos, Caldera y Limón, respectivamente.

“Una vez Ramírez y yo estábamos en una montaña en Buenos Aires y donde estábamos disparando no había electricidad. El cielo estaba divino, todo estrellado, y solo con la luz de la luna tuvimos que revisarnos una a la otra para quitarnos un montón de garrapatas que se nos subieron. Ahí había alacranes, culebras y todo tipo de animales que nos podían hacer daño”, recordó Vargas.

Además de esas situaciones, estaba también la parte psicológica. Los capacitadores colombianos intentaban siempre doblegar a los oficiales del curso, pues una parte importante del entrenamiento es que los aprendices se mantengan firmes en su mente.

Las oficiales Porras, Vargas y Ramírez son el vivo ejemplo del empoderamiento de la mujer.  Ellas destacan en el Servicio Nacional de Guardacostas de Costa Rica.

“Se aprende a ser resiliente. A entender que no siempre las cosas salen como uno quiere y que el estado psicológico interfiere en todos los aspectos de la vida. Hay que estar bien y tener una fuerza mental para que el trabajo sea excelente. No hay que rendirse”, agregó Ramírez, quien además de ser triatleta y educadora física, recibió junto a sus compañeras un curso de tácticas especiales para el empleo de armas de precisión en el Centro de Formación Policial Murciélago, en Guanacaste.

Porras explicó que la preparación las llevó a mejorar aspectos como la precisión y la tranquilidad a la hora de disparar. “En el momento de una persecusión el francotiro es muy efectivo para inhabilitar los motores de las embarcaciones del narcotráfico. Es un tiro certero”, aseveró la estudiante de derecho y apasionada por la repostería.

Más allá de un tema de igualdad en la preparación de las oficiales, el coronel Arias confirmó que estas tres mujeres demostraron su calidad como profesionales y que tienen otras cualidades muy importantes para haber sido elegidas como francotiradoras.

“En el momento de una persecusión el francotiro es muy efectivo para inhabilitar los motores de las embarcaciones del narcotráfico. Es un tiro certero”

Oficial Porras

“Para esta especialidad las mujeres son más frías, más calculadoras. Hay algo natural en la mujer y es que tienen mejor precisión que el hombre”, explicó.

Que no haya límites

Diariamente estas tres oficiales buscan la manera de sobresalir en sus labores. Afirman que no ha sido algo fácil porque constantemente se enfrentan a hombres que realizan sus mismas funciones; sin embargo, dejan un mensaje de empoderamiento para aquellas mujeres que buscan destacar en diferentes ámbitos profesionales y personales.

“No hay que limitarse. Siempre hay que dar el primer paso. No hay nada imposible si uno lo intenta, hay que creer y confiar en uno mismo”, dijo Ramírez.

Entre el armamento, las municiones, el uniforme y el traje de camuflaje, las oficiales cargan entre 2.5 y 5 kilos extra sobre su cuerpo.

Agregó además que la sociedad no debe menospreciar a la mujer, sino más bien aprovecharse de sus habilidades y potencial. “Genéticamente sabemos que el hombre tiene un 30% más de fuerza, pero eso no nos hace menos”, manifestó.

Por su parte Porras contó que ella en su casa es una heroína, que sus familiares se sienten muy orgullosos por los logros que ha alcanzado. “Cuando me di cuenta de que había pasado las pruebas estaba cogiendo café con mi mamá, lo celebramos en el cafetal”, recordó.

“No nos podemos comparar con un hombre en la parte física, pero tendemos a buscar cómo superarnos para compensar el tema de la fuerza con otras habilidades”, agregó.

Vargas por su parte le envió un mensaje a aquellas niñas y jóvenes que sueñan con ejercer algún trabajo o profesión que socialmente se considera “no apta para mujeres”. “Nosotras somos capaces de todo, por algo Dios nos dio la bendición de dar vida. Somos capaces de hacer lo que nos proponemos, no nos tenemos que comparar con los hombres porque no hay una profesión definida para un género en especial. Lo que nos propongamos lo podemos lograr”, concluyó.

La precisión y la frialdad de una francotiradora tiene mucho que ver con talento, pero más allá de eso, con la preparación que lleva en los entrenamientos.Los fusiles Sig Sauer 716 y el equipo como binoculares son infaltables para las francotiradoras costarricenses. Ellas son las responsables de las armas y todos los implementos.

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